SILVIO VALENZUELA MENA
ALIAS "BALDOR"
El Otavaleño Silvio Valenzuela Mena nació en el lindo “Valle del amanecer”, el 29 de abril de 1955. Su padre es don Héctor Alfonso Valenzuela Barahona y su madre, doña María Soledad Mena Chacón.
Cursó sus estudios primarios en la escuela “Diez de Agosto” y los secundarios, en el colegio “Otavalo,” donde llegó a ser presidente del Consejo Estudiantil, en la época que era rector don César Villacís L. Fue directivo de la FESE provincia de Imbabura y en el campo del deporte, sobresalió como jugador de ajedrez, llegó a ser campeón.
Las matemáticas
Desde niño fue curioso de los números y le gustaba mucho las matemáticas. En el colegio siempre se adelantaba con el tema de clase para el día siguiente. En tercer curso, se suscitó un inesperado debate en el aula, en plena hora de matemáticas, entre Silvio y el profesor Andrade. Silvio le discutía al maestro que el ejercicio de factoreo no se resolvía de la manera que él indicaba. El licenciado Andrade, en cambio, decía que lo correcto era cómo él estaba enseñando. Tanto era el “tira y afloja”, que el licenciado terminó por molestarse y preguntó: “A ver, a ver, ¿quién sigue insistiendo que no es así?”. Silvio, sin dudarlo siquiera le respondió: “Yo, Baldor.” Respuesta que desató grandes carcajadas en todo el salón y desde ese entonces, los compañeros empezaron a llamarle “Baldor”.
Baldor: “El hipnotizador”
Nuestro joven “Baldor” gustaba de la lectura y era muy curioso. Una tarde, ingresó a la Biblioteca Municipal y miró que la señora bibliotecaria, doña Vitelma Cisneros, estaba muy atenta, leyendo un libro en su escritorio. En ese momento, un joven llegó y doña Vitelma se levantó para atenerle. Silvio, disimuladamente, se acercó al escritorio y miró la pasta del libro: era de hipnosis. Aprovecho la ausencia de la bibliotecaria para abrir su chompa y esconder el libro en su estómago. Luego, muy cordial, a la distancia, se despidió.
En su casa, dedicó varios días y horas al estudio de la hipnosis, hasta que llegó el momento de poner en práctica lo aprendido, buscándose un voluntario. Encontró al preciso: su compañero de colegio a quien todos con cariño le llamaban “Papucho”. En un recreo, lo hipnotizó en el aula, delante de todos los amigos de su paralelo y de otros cursos. Le hizo caminar, bailar y hasta ladrar. Al pasar el inspector, Paquito Páez, por cerca del corredor del aula de Cuarto Curso, paralelo “B”, le llamó la atención la cantidad de alumnos que estaban dentro del aula, por poco unos sobre otros. ¡Era una multitud!, al punto que le comentó este particular al otro inspector del colegio, al que los estudiantes le decían “Taolamba”. Ambos fueron acercándose lentamente al curso a ver qué sucedía, pero uno de los chicos, al ver que ambos inspectores se aproximaban, alertó al grupo. En ese momento, el joven “Baldor” se puso nervioso y se olvidó cómo debía despertar a “Papucho”. De la desesperación, abrió su carril donde tenía el material de opciones prácticas para encuadernación, que daba el maestro Guillermito Castro, y de allí sacó una aguja de coser los libros y le pinchó en el trasero a “Papucho”. Él, en ese instante, se despertó de la hipnosis con un gran grito.
Incursionó, como casi todo joven, en la ideología Socialista – Comunista. Fue invitado por Juan F. Ruales y Marco Chicaiza a conformar las líneas de la JC, del PCE y del Club S.C. Atabaliba. Cuando fue líder estudiantil, participó en manifestaciones de juventudes, obreras y campesinas. Todo esto en favor de los derechos del pueblo, como sucedió justamente en una marcha del Primero de Mayo, día internacional del obrero.
Fue un joven rebelde con su moda hippy de cabello largo y pantalón acampanado, convirtiéndose en una piedra en las botas de los militares de la dictadura de los años 70, especialmente la del presidente Guillermo Rodríguez Lara, quien para acallarlo envió una orden a fin de que le nombraran presidente del municipio de Otavalo. Oficio de petición que el padre de Silvio lo recibió en sus manos, pero enojado como estaba de que siempre los militares buscaran a su hijo, rompió el oficio sin leerlo.
Publicación autorizada por Silvio Valenzuela Mena