Hace algún tiempo, un caballero de nombre Bernardino Escribano le había comprado uno de mis cuadros a mi mamá. Justamente, por medio de este señor, tuve la oportunidad de realizar una exposición en Santa Cruz de Tenerife, la más grande de las islas Canarias de España, frente a África Occidental.
Llegué sin ningún contratiempo al Aeropuerto Madrid-Barajas, pero cuando estaba en la fila para tomar el vuelo hacia Santa Cruz de Tenerife, por el altoparlante pedían que el Sr. Whitman Gualsaquí se acercara a la oficina N. 7 de Aduanas. Totalmente sorprendido, empecé a buscar la tal oficina, lo que no me llevó más de unos minutos. Cuando iba a entrar, dos policías altos y fornidos se me colocaron uno a cada lado. El susto que me llevé fue tremendo, me preguntaba qué había hecho para encontrarme en tal situación. Como el aeropuerto es muy concurrido, mucha gente pasaba por mi lado y las personas me miraban con detenimiento. Unos, con sorpresa; otros, con mala cara; y otros, con curiosidad. Yo me decía: “Como soy sudamericano, deben pensar que soy narco”.
Cuando al fin me explicaron la razón por la que me habían hecho llamar, me tranquilicé y me pasó el susto. Resulta que los cuadros no podían pasar por el escáner de seguridad y los cartones debían abrirse para que pudieran pasar de lado. Algunos ya estaban rotos, les habían abierto con una especie de herramienta larga para cerciorarse de que no llevaba nada prohibido o ilegal. Y no solo eso, al abrirlos sin cuidado, habían roto algunos marcos de los cuadros. Me quedé paralizado al ver cómo habían quedado.
Entonces, empezó el trabajo que no había pensado tener: sacar los cuadros que faltaban y luego, volver a empaquetarlos para que no terminaran de dañarse los que estaban en perfectas condiciones. Después, con el tiempo encima, correr a la fila para tomar el vuelo a Tenerife.
Ya en el viaje, estaba intranquilo con lo que me pasó y lo único que quería era llegar. Pero el viaje era terrible, solo veía cielo y agua, cielo y agua, más cielo y más agua. Estaba ya medio arrepentido de haberme ido, hasta que aparecieron los primeros edificios, entonces, me calmé: había llegado a Santa Cruz de Tenerife, donde me esperaba Bernardino Escribano, que actualmente vive en Perú. Allí, Bernardino tuvo que llevar los cuadros a una galería para cambiar los marcos. Un trabajo que costaba más que los mismos cuadros.