Los albores por la libertad conseguida aquel 24 de Mayo en el Pichincha, despertaban en los ciudadanos el afán de conmemorar año tras año las hazañas de antaño con desfiles, bailes y concursos. ¡Viva Sucre!, era el grito que al unísono elevaban los coterráneos, motivo de celebración de todos los pueblos. Es así que, en Otavalo no podía ser diferente, esta conmemoración reunió de nuevo a los inseparables amigos Ulpiano Benítez Endara (Mascha) A. Dávila Pilico, el Chuquín, y el amigo Sandoval, quienes el 24 de mayo de 1910, elegantemente vestidos, acudieron a Ibarra, atendiendo a la invitación de sus amigos al juego de naipes, juego en el que eran invencibles; el encuentro era donde Taita Dios de Pinllo, dueño de un boliche en La Merced. Luego de las primeras copas, comenzó el juego.
Los otavaleños, habían ganado todos los juegos y tenían una sustanciosa cantidad de dinero producto de las apuestas, lo que motivó que los contrincantes ibarreños empezaran a hacer trampa en el juego. Los amigos otavaleños al darse cuenta de esto, a una señal de Benítez, Dávila apagó las velas y Sandoval recogió las apuestas, en plena oscuridad. Del susto, los ibarreños lanzaban puñetazos e insultos. El Chuquín, escondido bajo la mesa, se escabulló y salió a la calle. Se reunieron en la esquina, en una gresca de la que resultó un ojo hinchado y una nariz sangrante, pero triunfantes, riendo y cantando, volvieron a Otavalo cuando el amanecer traía el canto mañanero y frío de los gallos
Como no volvieron a donde Taita Dios de Pinllo, los ibarreños los apodaron de APAGAVELAS. En desquite, los otavaleños apodaron a los ibarreños de PATOJOS, ya que no pudieron correr tras ellos, o porque no tuvieron el valor o porque les impedía las niguas de los pies.
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