La doble jornada de estudios era el horario habitual en el tiempo en que era estudiante del colegio de Artes “Daniel Reyes”, en San Antonio de Ibarra, provincia de Imbabura.
Mi mamá, siempre muy preocupada de mí, no solo me daba los pasajes del bus, de ida y vuelta de Otavalo a San Antonio, sino que también me mandaba mi comida para el mediodía.
En ese tiempo, dos amigos (uno de Otavalo y otro de Atuntaqui) y yo, nos llevábamos muy bien con un compañero que vivía en San Antonio de Ibarra. Él, a mediodía, cuando terminábamos las clases de la mañana, con el hambre que teníamos, nos permitía ir a su terreno para coger moras, aguacates y limones. Un día le dijimos que en el terreno que estaba junto al suyo había unas buenas naranjas y unos lindos limones. Nos contestó que ni siquiera debíamos pensar en coger nada, porque ese terreno era de su tío.
Un día, con qué cara de hambre nos habrá visto a los tres que él mismo nos acompañó al terreno de su tío, para que cogiéramos esas ricas naranjas y esos buenos limones. Cuando íbamos a entrar, antes de irse, nos avisó que su tío acostumbraba a soltar al perro al mediodía para darle de comer; que debíamos ir con cuidado para que este no nos agarrara.
Nosotros, bien mandados, pero cuidadosos, rápidamente cogimos las frutas y salimos de una. Menos mal, el perro nunca se asomó.
Con las frutas en las manos nos fuimos a la Estación del Ferrocarril. Allí, doña Rosita vendía papas fritas con menudo y sangre de borrego. Al vernos nos dijo: “Hola, mis bonitos, ¿cómo han estado?, ¿unos tres platitos?”. Claro que sí, dijimos e hicimos un trueque, cambiamos las naranjas y los limones por tres platitos de comida.
Estábamos ya por terminar nuestros platos, cuando vimos llegar a una señorita que se veía triste y que le hablaba a doña Rosita: “La bendición, tía, la bendición”, le decía. “Vengo donde usted, porque mi papá está enojadísimo, porque se han robado las naranjas y los limones del terreno”.
En ese momento la reconocimos, era la prima de nuestro compañero de San Antonio. Agachados, come y come, no le regresábamos ni a ver, pues ella nos conocía porque nos había visto en compañía de su primo.
Terminamos como pudimos lo que faltaba y medios tapados la cara, medios escondidos y muy apurados nos despedimos de doña Rosita: “Gracias, muchas gracias, hasta luego”.
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