Don Nikola Kraljevic, socio del Club de Tiro, Caza y Pesca, era oriundo de Yugoslavia y se había radicado en la ciudad de Otavalo y aunque resulte difícil de creer, era más otavaleño que ningún otro. Amaba a la patria y a la ciudad que le había acogido como a uno de los suyos. Sobresalía entre todos, por su porte, por el acento extranjero que tenía, por su jovialidad y liderazgo. Era un hombre muy trabajador, un próspero comerciante, dueño de la Ferretería Bosna, situada hasta el día de hoy en la calle Modesto Jaramillo, frente al antiguo Mercado 24 de Mayo.
En una oportunidad, me contaba mi padre, los socios se habían ido de pesca a la laguna de San Marcos, en la ciudad de Cayambe. Una pesca que había terminado antes de comenzar. Don Nikola, en la madrugada de aquel día, por accidente, se había caído en las gélidas aguas del lago. Los amigos, asustados, se olvidaron de la pesca y se dedicaron a socorrer a Don Nikola. Se ingeniaron para prender una hoguera, con lo que tenían a mano, para abrigarlo porque le había dado soroche.
Una noche, mientras cenábamos con mi familia, en el tercer piso de la casa, escuchamos cómo los socios llegaban antes de tiempo a la sesión que había convocado el Club de Tiro, Caza y Pesca, que por ese entonces funcionaba en el segundo piso de la casa. No pasó mucho tiempo, cuando oímos que alguien gritaba con fuerza y desesperación: “Ángel, Ángel, ayúdame”. Por su acento, ya sabíamos que se trataba de Don Nikola. Mi padre bajó las gradas lo más rápido que pudo y lo que presenció fue muy gracioso: Don Nikola tenía la camiseta alzada y un catzo de color café (escarabajo) caminaba por su ombligo. Dos socios le sujetaban de los brazos para que no se quitara el animal, un bicho al que Don Nikola le tenía fobia.
El Dr. Manciati, que era uno de los que le sostenía, estaba cobrándose en ese momento una broma que le había hecho Don Nikola días antes. El Dr. le había encargado un momento su maletín de médico y Don Nikola sin perder tiempo, había vaciado su contenido (termómetro, bajalenguas, estetoscopio, medicinas) y en su lugar había colocado herramientas de su almacén: destornillador, alicates, llaves, cinta métrica, clavos y tornillos. Cuando le devolvió el maletín, el Dr. se fue muy apurado a una visita médica a domicilio, cuando llegó y abrió la maleta, se dio cuenta de la broma de Don Nikola.
En otra oportunidad, el grupo se había ido de caza al sector de Cuicocha, porque habían escuchado que un puma venía atacando al ganado de Cotacachi. Ni bien llegaron al lugar, se dividieron en pequeños grupos de dos y de tres. Caminaban y caminaban y el puma no se aparecía por ningún lado. El grupo de Don Nikola y Ángel Rueda iba con cautela, concentrado, con paso lento. Cuando de pronto, escucharon a sus espaldas el gruñido del felino. Don Nikola dio tal salto, que asustó doblemente a mi padre. Ambos, en completo silencio, regresaron a ver y se encontraron nada más y nada menos que con el gran puma. Este, lejos de mirarlos con ojos de hambre, se agachó, tomó agua y se dio la vuelta. Los dos cazadores, paralizados del miedo, con el rifle en sus manos, miraron cómo el animal se perdía entre los matorrales.