Por: Hugo Garcés Paz
Al Sur del Reino de Quito había aparecido un imperio poderoso y civilizado, el de los Incas.
Para ampliar su territorio recurrió a la conquista de los pueblos vecinos.
A finales del siglo XV el ejército peruano empieza a invadir nuesro suelo al mando de Tupac-Yupanqui, el décimo segundo de sus reyes.
El prestigio de su imperio, su riqueza, su organización, su ejército numeroso y aguerrido permitieron que fácilmente se sometieran publos meridionales como los Paltas de Loja. Los Cañaris, en cambio, se aprestaron a su defensa aunque a la final hubieron de ser vencidos. Dos años más tarde Tupac-Yupanqui continúa su obra, sometiendo, después de encarnizados combates, importantes regiones hasta llegar a la misma ciudad de Quito. Aquí dejó un fuerte ejército para asegurar su conquista, antes de regresar al Cuzco, donde murió poco después.
Empero, Tupac-Yupanqui dejaba un hijo, heredero de su valor y destinado a levantar al imperio a un punto asombroso de grandeza y prosperidad. Huayna-Cápac, quien estaba ya en una edad vigorosa y había dado muestras nada comunes de habilidad para la guerra y de tino para gobernar.
Poco tiempo después resolvió visitar las provincias del Imperio y emprender nuevas conquistas comenzando por la parte Sur. En efecto llegó hasta Chile, y trasmontando la cordillera descendió casi hasta las llanuras de Mendoza, en la Argentina. Desde ahí el Inca regresó al Cuzco diciendo que había llegado al término de la Tierra y que había visto dónde se acababa el mundo.
Después de tomar descanso y preparar un ejército considerable salieron del Cuzco camino del Norte. En partes fue bien recibido, en otras, tratado con hostilidad; lo cierto es que lentamente avanzó hacia Quito, sometiendo a su paso las diversas poblaciones, de grado o por fuerza.
Una vez en Quito quiso seguir hacia el Norte, pero se encontró con el régulo de Cayambe, se había confederado con el de Otavalo y el de Caranqui, presentándole tenaz resistencia.
Huayna-Cápac pide refuerzos al Cuzco y cuando llegan reorganiza su ejército y pone al frente a Auqui-Toma, el mejor de sus generales. Después de algunos combates viene a dar con la inexpugnable fortaleza de Otavalo. Auqui-Toma pone a la vanguardia a sus mejores soldados, los famosos y aguerridos Orejones, quienes, deseando manifestar a su Soberano que eran los valientes con quienes había vencido siempre, se arrojan impetuosos contra sus enemigos.
Después de reñido combate logran forzar los cercos inferiores. Un torrente de valientes se precipita por este paso… Los nativos no saben qué partido tomar. Todo parece perdido. Más, de repente, un enorme peñasco empujado por hábiles manos se precipita por la pendiente y deja aplastados a muchos Orejones, con inclusión de su mismo General.
Con su muerte se desalientan los subalternos y los nativos recobran nuevos bríos. Ambos ejércitos pelean movidos por encarnizadas pasiones. Los cadáveres sirven de trinchera a los vivos y su furor llega a tal extremo que se lucha cuerpo a cuerpo.
Declina ya el día sin que la victoria parezca decidirse por ninguno de los dos ejércitos, cuando los peruanos, perdiendo la esperanza de expugnar el Pucará, toman el cadáver de su General y empiezan a retirarse.
Tan pronto como los nativos advierten la retirada, aumentan los bríos, cargan impetuosamente, recuperan los cuarteles perdidos y ponen en completa derrota a su enemigo.
Sería increíle si no se contase con documentos fidedignos que la resistencia de Cayambe, Otavalo y Caranqui a las poderosas fuerzas del Inca, duró diecisiete años. Resistencia que se parece a los grandes hechos de Grecia y de Roma, y sirve de lección que no debemos echar en olvido cuando la seguridad de la Patria reclame el deber de defenderla.
Otavalo, 31 de Octubre de 1944.
Leyendas y Tradiciones del Ecuador, Tomo I, Ediciones Abya-Yala, 2007.