Los autores de la serie: "Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo" volvemos a reunirnos para un nuevo libro, el tomo 4. Les ofrecemos un adelanto de la obra, una historia personal de Dorys Rueda titulada: "Vocación a la fuerza".

 

 

Dorys Rueda
Enero, 2025

 

La vocación es una especie de brújula que guía a muchos en la elección de su carrera universitaria, pero en mi caso, esa brújula estaba completamente desorientada. Desde los 16 años, empecé a trabajar porque me encantaba la idea de ser independiente y no depender de mis padres. Yo pensaba que, con mis trabajos y los cursos cortos que tomaba sobre lo que me interesaba, no necesitaba más y que la universidad era un lujo innecesario. A los 21 años, ya era toda una lectora, devorando obras de Antoine de Saint-Exupéry, Edgar Allan Poe y Gabriel García Márquez, pero aún así, no sentía la menor inclinación por una carrera relacionada con la literatura. Me gustaba disfrutar de la gastronomía literaria, sin la intención de convertirme en chef.

Un día, mis padres decidieron darme una de esas charlas cargadas de la sabiduría que solo los años de experiencia parental pueden ofrecer. Me sentaron en la mesa del comedor, como si fuera a enfrentar una rueda de prensa y comenzaron a hablar con la solemnidad propia de quienes tienen décadas de experiencia en el arte de “te lo dije”. Me contaron que durante años me habían insistido en que fuera a la universidad, ofreciéndome financiar mis estudios. Pero, que yo ni siquiera les había escuchado. Era así, veía la vida laboral como una forma más “realista” de aprender, mientras que las aulas me parecían un terreno más teórico que práctico. Según ellos, estaba desperdiciando mi tiempo trabajando cuando podría aprovechar la oportunidad de aprender mucho más en la universidad. Y, para rematar, me dijeron que debía seguir lo que realmente me apasionaba. Sin embargo, si la independencia era tan importante para mí, no debería necesitar su apoyo económico, por lo que debía ser responsable de financiar mis estudios.

A mí, sinceramente, me pareció una jugada maestra para formarme en la responsabilidad. Mis padres, con una astucia digna de grandes estrategas, me ofrecieron el paquete completo: independencia total, pero con una cláusula secreta que decía: "Si quieres ir a la universidad, tu billetera será tu fiel compañera de vida". En otras palabras, me estaban dando una lección de economía práctica: "Si quieres seguir tus sueños académicos, tendrás que financiarlo tú misma". No era el camino más fácil, pero al menos me garantizaba que aprendería a valorar cada sucre (en ese entonces) que saliera de mi bolsillo. Acepté el trato, un poco preocupada, pero sin rechistar. Pensé para mis adentros que, si mi salario no alcanzaba para costear la universidad, siempre podría recurrir a una beca académica. Y, como era de esperar, eso fue exactamente lo que ocurrió tanto en el pregrado como en el postgrado.

Al día siguiente, como no podía faltar al trabajo, le pedí a mi hermana mayor, Gladys, que fuera a la universidad por mí y me inscribiera en una facultad donde pudiera seguir practicando inglés, ya que había vivido fuera del país y no quería perder el contacto con el idioma. Ella aceptó sin dudar ni un segundo. Se dio una vuelta express por la Universidad Católica del Ecuador y regresó con la inscripción en mano. Sin embargo, su relato no fue lo que esperaba. Me explicó que, aunque su intención era inscribirme en una carrera que me permitiera seguir practicando inglés, simplemente se le olvidó por completo ese pequeño detalle. En lugar de eso, se dejó llevar por sus propios intereses y pasó por facultades que a ella le parecían interesantes. Intentó ingresar a Historia, pero ya no había cupo disponible. Entonces, sin pensarlo mucho, decidió inscribirme en la facultad de Literatura. Me entregó la fecha del examen de ingreso mientras yo asimilaba todo aquello con una mezcla de sorpresa, susto y resignación. Al final, pensé que tal vez no todo estaba perdido y que, si no me convencía la carrera, siempre tendría la opción de cambiar de rumbo.

Así fue como ingresé a la Facultad de Letras y Literatura,  y la verdad es que ha sido la mejor decisión que mi hermana tomó por mí. La universidad se convirtió en la aliada perfecta de mis padres, quienes, al ver que realmente me apasionaba la carrera, no tardaron en animarme a hacer algo que, hasta ese momento, ni había considerado: recopilar las leyendas de Otavalo, esas que estaban al borde de desaparecer. Y aquí es donde la historia da un giro interesante. Mis padres me pusieron en contacto con don Luis Ubidia, el gran maestro otavaleño, quien se convirtió en mi mentor en el fascinante mundo de las historias y tradiciones. Con una generosidad excepcional, don Luis me ofreció todo el material que había recolectado a lo largo de su carrera docente, para que lo estudiara y lo plasmara por escrito, asegurando así que esa valiosa información no se perdiera con el paso del tiempo.

Acepté el reto con todo el entusiasmo y aquí sigo, décadas después, con la misma pasión, trabajando para que esos relatos no se desvanezcan. ¡Quién iba a decir que una inscripción en la universidad terminaría en una misión tan significativa para preservar las raíces de mi tierra! Y, honestamente, no podría estar más feliz de que así haya sido. La vida tiene una manera curiosa de llevarnos por senderos inesperados, pero al final, todo encaja y sentimos que esos caminos eran los que debíamos recorrer.

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
  • mailelmundodelareflexion@gmail.com
  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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