Yolada Dávila
Entre los dones que Dios me concedió, la música destaca como uno de los más preciados. Desde los 8 años, cantaba en programas de la escuela y el colegio, y en los teatros Bolívar y Apolo. Una anécdota graciosa ocurrió durante el Día de la Madre en el teatro Apolo. Como solista, me pidieron cantar junto a otra niña que no tenía muy buen oído. Teníamos preparadas dos canciones: una dedicada a las madres y otra para una posible repetición.
El telón se abrió y comenzamos a cantar. Los músicos iniciaron con la primera canción, pero, nerviosa, empecé a cantar la segunda. El profesor, con rápidos reflejos, cambió la música a la segunda canción, pero en ese momento, yo volví a la primera. Todo se descontroló: el público no podía contener la risa. Mi familia estaba avergonzada y las monjitas que nos habían preparado estaban aún más apenadas. Nos cerraron el telón, pero nosotras seguimos cantando detrás de él, sin darnos cuenta de lo que ocurría a nuestro alrededor.
Al final, la risa del público y el caos del momento quedaron como una anécdota inolvidable de mis primeros pasos en el escenario.