Fabiola Esperanza Carillo

 

Quiero compartir un episodio que marcó el inicio de mi carrera como panadera, un suceso que moldeó en mí un espíritu más fuerte y cauteloso. Fue una experiencia llena de tensión que, aunque difícil, me dejó valiosas lecciones que he aplicado a lo largo de los años. 

Era una fría noche cuando decidimos encender el horno de la panadería para preparar el pan del día siguiente. Lo que siempre había sido una rutina segura y controlada, esa vez tomó un giro inesperado. Sin darnos cuenta, aumentamos bruscamente la intensidad del fuego, desatando una situación que pronto se volvió peligrosa. 

De repente, el horno expulsó una llamarada feroz, como si una lengua de fuego hubiera despertado con un potente "¡boom!" que retumbó en todo el local. La llama, descontrolada y furiosa, escapó del horno, extendiéndose rápidamente y encendiendo toda el área circundante. En cuestión de segundos, la calma de la noche se convirtió en caos. 

En medio del pánico, intentamos sofocar el fuego con agua, luchando desesperadamente por controlarlo. Afortunadamente, logramos contener las llamas antes de que consumiera todo. Sin embargo, el daño ya estaba hecho: perdimos varias horas de trabajo y la tensión de la situación nos dejó exhaustos, tanto física como emocionalmente. 

Esa noche, mientras el humo se disipaba y el miedo seguía presente, me encontré reflexionando sobre lo sucedido. No solo habíamos enfrentado un peligro físico, sino también un duro golpe emocional y económico. El esfuerzo de ese día, junto con la pérdida de materiales y trabajo, se desvanecía frente a nuestros ojos. Me preguntaba una y otra vez: "¿Cómo saldremos de esto?" Sin embargo, con el tiempo, comprendí que este incidente no representaba un fracaso definitivo, sino el comienzo de una valiosa lección que me acompañaría a lo largo de mi carrera. 

Me enseñó a valorar la importancia de la precaución y el respeto por cada herramienta que utilizamos en el oficio. El horno, que siempre había sido nuestro aliado en la creación del pan, se convirtió en un recordatorio de que incluso lo más cotidiano requiere atención y cuidado. Desde entonces, he asumido mi trabajo con mayor prudencia, asegurándome de no dejar nada al azar.

Los errores son inevitables, pero también son las mejores oportunidades para aprender y crecer. Esa experiencia me convirtió en una panadera más cuidadosa y comprometida, consciente de que, en este oficio, no solo importa lo que hacemos, sino cómo lo hacemos.

 

 

 

Tomado del libro de Dorys Rueda
"12 Voces Femeninas de Otavalo", 2024

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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