SITIOS EMBLEMÁTICOS, LEYENDAS, ANÉCDOTAS Y POESÍA DE OTAVALO
LA PISCINA DE “LAS LAGARTIJAS”
Ramiro Velasco
Nunca me preocupé de averiguar el porqué del nombre de esa pequeña piscina, pero con toda seguridad la presencia de dichos animalillos debía dar origen al nombre. Muchos, muchísimos de los niños y jóvenes otavaleños aprendimos a nadar en dicha alberca, primero porque el agua era más abrigada que la del Neptuno y segundo porque era más pequeña y acogedora.
Se nutría de una vertiente de donde manaba “agua de güitig” (al decir de la gente) que era una agua mineralizada y burbujeante y con la que las familias hacían sus jugos obteniendo el líquido de una llave que garantizaba la pureza de esta. Muchas personas mayores, en especial mujeres, concurrían a darse unos duchazos en la parte inferior del complejo y lo hacían en la madrugada, poco antes de que amaneciera, ya que afirmaban que a esas horas el agua era tibia y más saludable. La visita a la piscina de “Las Lagartijas”, en muchas ocasiones, no era para bañarse sino que era considerado un lugar de visita y paseo de amigos y familias. En esas épocas se consideraba a la piscina muy distante de la ciudad ya que estaba situada en el lejano camino a Quichinche.
Actualmente está en remodelación.
LEYENDA: EL BEBEDOR DE OTAVALO
Hace muchos años atrás, en el “Valle del Amanecer”, ocurrió una historia que aún recuerdan los habitantes de Otavalo. En una de las cantinas del pueblo, un hombre, conocido por su afición al licor, había pasado todo el día bebiendo. Al anochecer recién se percató de que debía volver a su casa ubicada en San José de Quichinche, un pueblo distante de la ciudad de Otavalo. Allí, su esposa e hijos le esperaban con ansias, pero como él había gastado todo su dinero en la bebida, ya no tenía con qué pagar un transporte para que lo llevara a su casa. No le quedó más remedio que caminar. Cansado, en medio del camino se dijo a sí mismo:” Así como estoy, llegaré mañana a Quichinche.
En ese momento divisó a una pequeña y curiosa lagartija que se le subía por el pantalón. Al hombre siempre le habían gustado estos animales, así que decidió tomarla en sus manos. Pero el instante en que sus dedos rozaron la piel escamosa del reptil, un frío helado le recorrió el cuerpo. La criatura, ante sus ojos, comenzó a crecer a pasos agigantados. Se hizo tan grande que su peso era tal que cayó con ella al suelo. Ahora sus garras le apretaban la garganta, impidiéndole respirar y sus dientes empezaban a clavarse en su carne.
Desesperado y sin poder moverse, el hombre invocó a la Virgen de Monserrat, suplicándole entre lágrimas que le salvara la vida. Prometiéndole que, si le liberaba de ese ser infernal, él jamás volvería a beber.
Asombrosamente, su plegaria fue escuchada. La lagartija comenzó a encogerse hasta recuperar su tamaño normal y, en un abrir y cerrar de ojos, se deslizó por el suelo de tierra y desapareció entre las sombras. El hombre, tembloroso y aún incrédulo por lo ocurrido, se levantó y continuó su camino, agradeciéndole a la Virgen por su intercesión divina.
El hombre mantuvo su promesa y nunca más volvió a beber.
POEMA: LAS LAGARTIJAS
Fernando Larrea Estrada
Parecen duendecillos encantados
que corren de un lado a otro
veloces y raudos
rezagos del jurásico.
Reptil miniatura
de cola larga y ágil
corretean entre pencos
chaparros y chilcos,
que bordean la fuente
de agua cristalina
gélida y transparente
que brota sin cesar
del vientre materno
del planeta azul encantado.
Aguas puras y frías
que adoptan el reptiliano nombre
por sus moradoras vitalicias
que adornan el paraje andino.
Baños para templar los nervios,
para forjar voluntades,
para fomentar disciplina
en pequeña y pulcra piscina,
patrimonio natural
de geoparque mundial.