Hoy no nos detendremos en los milagros extraordinarios o sobrenaturales, sino en esos pequeños milagros que suceden en nuestra vida cotidiana, esos momentos sutiles que, por lo general, dejamos escapar sin darnos cuenta de su verdadera magnitud. Son momentos tan sencillos y fugaces que, a menudo, ni siquiera los reconocemos como lo que son: transformaciones silenciosas que enriquecen nuestra existencia. En este espacio, quiero invitarles a reflexionar sobre esos milagros que, sin ser vistos, hacen de nuestra rutina algo profundamente extraordinario.
Uno de los milagros más poderosos en la vida cotidiana ocurre cuando una palabra o conversación llega en el momento preciso, como si el universo hubiera detenido su curso solo para ofrecernos la respuesta que ni siquiera sabíamos que necesitábamos. Es un instante que fluye con una naturalidad asombrosa, como un río que, después de recorrer largos y sinuosos caminos, encuentra su cauce perfecto, permitiendo que el agua avance sin obstáculos. En ese momento, las palabras se transforman en el puente entre el caos y la serenidad, como el río que, tras sortear dificultades, llega a un espacio despejado donde puede fluir libremente, sin resistencia. Ese es el milagro: la sincronización exacta entre lo que necesitamos escuchar y el momento en que la vida decide ofrecérnoslo. Es un respiro, un espacio donde todo encaja, como si las preguntas y respuestas se encontraran de manera espontánea, simplemente porque la vida sabía que era el momento adecuado para que todo encajara.
Otro milagro que ocurre en la vida cotidiana es el momento en que, sin buscarlo ni pensarlo, encontramos la solución o respuesta a algo que nos había preocupado por mucho tiempo. Es como caminar por el bosque y, sin saberlo, tropezar con una piedra que, al moverla, revela una pequeña flor creciendo en la sombra de lo que parecía ser solo una roca. La respuesta llega sin previo aviso, como si hubiera estado esperando el momento exacto para manifestarse, oculta en lo cotidiano, esperando que dejáramos de buscar con desesperación. Es como una semilla que, al principio, permanece silenciosa en la tierra, sin signos visibles, hasta que, sin ser observada, comienza a germinar en la oscuridad. De repente, brota, recordándonos que la vida, a veces, nos ofrece lo que necesitamos no cuando lo buscamos insistentemente, sino cuando soltamos el control y dejamos que las cosas fluyan naturalmente. Ese es el milagro: la capacidad de descubrir lo que siempre estuvo ahí, esperando ser visto, justo cuando estamos listos para recibirlo.
En suma, estos son solo algunos de los muchos milagros que se manifiestan en nuestra vida cotidiana. Momentos que, aunque a menudo pasan desapercibidos o no los reconocemos como tales, tienen el poder de transformar nuestra experiencia de manera profunda y silenciosa. Desde una palabra que llega en el momento justo, hasta una calma inesperada que surge tras el sufrimiento o una solución que aparece cuando menos la esperamos, todos forman parte de nuestra existencia. Nos enseñan que lo extraordinario no siempre es grandioso ni visible, sino que puede encontrarse en lo más simple y cotidiano. Si aprendemos a prestar atención a esos pequeños instantes, descubriremos que la vida está llena de milagros, esperando a ser reconocidos.
Dorys Rueda, Reflexiones personales, 2025