Mi tristeza no me oprime, pero está, como una marca invisible en mi ser. Es una presencia constante, como el aire que roza mi piel sin que lo note, pero que se instala en cada rincón de mi cuerpo, en cada paso que doy, en cada respiro. Está en mi sangre, se mezcla con mi pulso, como una corriente tenue que nunca cesa. Se cuela en mis silencios, en las pausas que intento llenar, pero que siempre quedan impregnadas de ella. No está en lo que veo, pero se hace presente en lo que siento, en cómo mi alma se agita sin razón, en cómo la tristeza se adueña de mis horas, de mi respiración. Y, sin pedir permiso, se extiende, como si fuera suya la libertad de invadir mi ser, ocupando todo, sin que yo pueda decidir si quiero dejarla entrar o no.

La tristeza es el vacío de las ausencias que no se disipan ni con la noche ni con el sol del día. Son huellas que persisten, marcadas en cada rincón donde antes brillaba su resplandor. Es la falta de los rostros amados, aquellos que se fueron, pero que no se han ido realmente; que siguen suspendidos en mí, flotando en las profundidades de mi ser. Son pérdidas que ya no grito, porque se han refugiado, como nidos invisibles, en mi alma. Son la capa que cubre mis pensamientos, dándome un espacio de calma.

Mi tristeza no me oprime; se desliza silenciosamente, se acomoda sin exigir nada, como un flujo que me rodea, simplemente siendo. En su quietud, encuentro la aceptación de lo irremediable, dejándome vivir con ella sin que me quiebre, sin que me rompa.

 

Dorys Rueda, Reflexiones personales, 2025

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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