El cuerpo posee una capacidad única para almacenar recuerdos a nivel sensorial, una memoria que trasciende la conciencia de la mente.
A veces, un simple estremecimiento puede desencadenar una respuesta emocional profunda que nos conecta con momentos pasados, evocando sensaciones difíciles de identificar o de entender por completo.
Este fenómeno revela cómo el cuerpo guarda memorias que, aunque no siempre son accesibles a través de la mente consciente, influyen poderosamente en nuestra experiencia.
A menudo, esta memoria no se puede explicar con palabras, porque no se encuentra en el lenguaje racional que usamos para construir nuestras narrativas. Es una memoria que reside en el cuerpo mismo, en sus reacciones automáticas y en sus respuestas viscerales.
Aunque la mente no pueda identificar el origen de estas emociones, el cuerpo responde de manera intuitiva, trayendo a la superficie lo que había sido olvidado o relegado al inconsciente.
Así, el estremecimiento actúa como un puente entre lo olvidado y lo presente, una puerta que se abre para conectarnos con lo que una vez vivimos, con aquellos momentos en los que no éramos plenamente conscientes de nuestra experiencia, cuando éramos demasiado jóvenes, vulnerables o incapaces de comprender lo que sucedía a nuestro alrededor.
¿Quién no se ha estremecido alguna vez ante una película que toca fibras ocultas, o al leer un pasaje que parece escrito para el corazón propio? ¿Quién no ha sentido que una fotografía abre de golpe la puerta de un recuerdo dormido o que una canción lo envuelve con palabras que parecen contar su propia historia?
A veces basta recorrer un lugar para que despierte la memoria más silenciosa o probar un alimento cuyo sabor nos devuelve, sin aviso, a la infancia: a la casa de un ser querido, a la mesa compartida, a ese viaje que marcó un antes y un después.
Estos momentos cotidianos son ejemplos claros de cómo el cuerpo responde a estímulos emocionales de una manera tan profunda que, a menudo, las palabras no pueden explicarlo.
Lo fascinante es que, aunque no recordemos los detalles exactos de esas experiencias, la huella emocional que dejaron permanece intacta, esperando ser despertada por la más leve chispa.
Este fenómeno nos recuerda que, incluso cuando la mente olvida, el cuerpo conserva las emociones vividas y las revive en forma de sensaciones, actuando como un recordatorio físico de lo que fuimos y experimentamos, incluso sin tener plena conciencia de ello.
Dorys Rueda, Reflexiones, 2025.