Hace muchos años, en la antigua estación de tren en Otavalo, tres amigos decidieron reunirse una tarde, a las cinco en punto, para contar historias y jugar. Aunque la estación estaba vacía y algo oscura, los niños no sentían miedo porque estaban juntos y eso les daba seguridad. Reían, charlaban y se divertían mucho.
De repente, cuando el reloj de la iglesia marcó las seis de la tarde, algo extraño comenzó a suceder. Una suave brisa sopló y de pronto vieron a una señora vestida de blanco caminando lentamente por las viejas vías del tren. Los niños la miraron sorprendidos, sin saber quién era. La señora parecía triste, como si estuviera buscando algo. Llevaba un manto blanco y caminaba muy despacio hacia ellos. Los niños empezaron a sentirse un poquito asustados.
La dama se detuvo frente a ellos y se quitó el manto que le cubría la cabeza. ¡Lo que vieron los dejó sin palabras! En lugar de un rostro, tenía huesos blancos, como una calavera. Llenos de miedo, los pequeños corrieron lo más rápido que pudieron, sin mirar atrás.
Llegaron hasta la Gruta del Socavón, donde estaba la “Virgen de Monserrat”. "Donde hay fe, hay protección", pensaron y con mucho cuidado, tocaron el agua bendita. Luego se hicieron la señal de la cruz, esperando que la Virgen los protegiera.
Después, llegaron a la casa de uno de sus amigos y golpearon fuerte la puerta. La mamá y la abuelita salieron corriendo a ver quién era. Al verlos tan asustados, les ofrecieron un vaso de agua. Los niños, con voces temblorosas, les contaron lo que había pasado. La abuelita, sonriendo tranquila, les dijo: "Esa mujer es un 'alma en pena', un espíritu que busca a alguien a quien amó mucho. Solo aparece de noche, esperando encontrar a su alma gemela". Les explicó que no debían tener miedo y si alguna vez la volvían a ver, solo tenían que pedirle a la Virgen que la ayudara a encontrar paz.
Los niños aprendieron que, a veces, los espíritus solo buscan a alguien que amaron mucho y que no siempre hay que tenerles miedo.