LEYENDA DE IMBABURA
Había una vez, en un lugar muy especial llamado "Valle del Amanecer", un hombre que vivía en un pueblo llamado San José de Quichinche, cerca de Otavalo. A este hombre le gustaba ir a la taberna a tomar licor.
Un día, se quedó tanto tiempo allí que, cuando miró al cielo, ya estaba oscuro. Sabía que su esposa y sus hijos lo esperaban en casa, pero había gastado todo su dinero y no podía pagar un transporte. Ahora se encontraba en apuros y tendría que caminar a pie.
El hombre comenzó a caminar un tanto malhumorado. Cuando pasó cerca de la piscina "Las Lagartijas", algo extraño llamó su atención: ¡una pequeña lagartija subió por su pantalón! Como siempre había amado a los animales, la tomó con mucho cuidado, pero para su sorpresa, la lagartija empezó a crecer rápidamente hasta volverse gigantesca. ¡Era tan grande que el hombre perdió el equilibrio y cayó al suelo, con el enorme reptil encima!
No podía moverse y el animal lo aprisionaba con sus garras fuertes. El hombre sentía un miedo tremendo, pero recordó a la Virgen de Monserrat. Con el corazón lleno de temor, le pidió ayuda, prometiéndole que, si la Virgen lo salvaba, nunca más bebería. “Dios aprieta, pero no ahorca”, pensó, aferrándose a la esperanza de que, aunque estaba en una situación complicada, todavía podía cambiar su vida.
Y algo increíble sucedió. La lagartija empezó a encogerse lentamente hasta volverse pequeñita de nuevo y, en un parpadeo, ¡se deslizó rápido por el suelo y desapareció en la oscuridad! El hombre, muy agradecido, le dio las gracias a la Virgen y le prometió que nunca volvería a beber.
La historia del bebedor y la lagartija nos enseña que, aunque cometamos errores, siempre podemos cambiar. El primer paso es reconocer lo que necesitamos mejorar y el segundo, es pedir ayuda, tal como lo hizo el hombre con la Virgen.