Por:  Mario Conde

 

Don Segundo Fuentes era chofer de un autobús interprovincial de la cooperativa Reina del Camino. Cierta tarde, conducía la unidad vacía desde Ambato a Baños. Iba despacio pues debía realizar un viaje a Baños-Quito a las nueve de la noche y apenas eran las seis de la tarde.


La tarde estaba fría y oscura. La neblina cubría las montañas y el abismo a los filos de la carretera. Había llovido al mediodía y el asfalto estaba mojado. Don Segundo iba soltando el freno con cautela; la unidad avanzaba lentamente por las curvas del sector.

Poco después de las seis, don Segundo llegó al puente de las Juntas. Bajo el alargado puente la neblina no permitía distinguir el abismo ni el choque de los ríos Chambo y Patate. Un bullicio de agua se oía entre la neblina.

A la mitad del puente, don Segundo creyó distinguir una silueta humana hacia el final. Incrédulo, se frotó los ojos y encendió las luces neblineras del autobús. A medida que la unidad avanzaba al extremo del puente, la silueta cobró una forma precisa.  Era una mujer joven parada al filo de la carretera. Estaba sola. Tenía los brazos acurrucados para protegerse del fío. Llevaba un pañuelo azul en la cabeza.

A don Segundo le exrañó la presencia de la muchacha que le hacía señas con la mano para que se detuviera. ¿Qué hacía sola en un lugar completamente abandonado, a las seis y en una tarde fría y oscura? Preocupado y movido por la curiosidad, don Segundo detuvo el autobús y abrió la puerta.

Una corriente helada ingresó a la unidad al mismo tiempo que la muchacha.

-¡Chachay, qué frío! –la muchacha agradeció, se sentó en el puesto del controlador y se sacó el pañuelo. Tenía el cabello mojado, un poco corto.

Cuando la unidad continuó la marcha, don Segundo vio por el retrovisor que la muchacha se limpiaba el rostro con la mano. Sus ojos estaban hinchados. Parecía llorar en silencio.

-¿Puedo ayudarla?

Ella dijo que no, que estaba bien.

Avanzaron en silencio por varios minutos. La situación resultaba incómoda para don Segundo.

-¿Qué hacía sola en el puente de las Juntas? –preguntó.

La muchacha tomó el pañuelo azul y se secó el pelo y el rostro. Colocó el pañuelo sobre el espaldar del asiento para que se secara. Dirigió la vista a don Segundo y respondió:

-¡Ay, si usted supiera!

Avanzaron otra vez en silencio. La unidad había pasado ya las quebradas de desfogue del volcán Tungurahua. Cada vez más intrigado, don Segundo hizo una nueva pregunta:

-Hasta dónde se va?

Con la mirada perdida, la muchacha  respondió que hasta la entrada de Baños, que iba a quedarse en la bomba de gasolina antes del Terminal.

Don Segundo encendió el radio y la calefacción para que la muchacha se sintiera cómoda. De pronto, la respuesta de ella le dio una idea: invitarla a comer en algún restaurante por el Terminal. Así hacía tiempo hasta las nueve de la noche. Bajó el volumen del radio y esta vez no preguntó nada. Sólo empezó a hablar:

-Sabe, voy a cargar gasolina en la estación de la entrada. Tengo tiempo libre hasta las nueve. Si quiere, la acompaño a algún lugar o la puedo ir a dejar.

La muchacha respondió que no. Se desentumeció las manos con el calorcito de la calefacción y explicó que la estaban esperando en la gasolinera.

Dada la negativa, don Segundo decidió no insistir y se resignó a pasar aburrido hasta las nueve de la noche. Puso el pie en el acelerador por la bajada del Salado y guardó silencio. En su mente siguió preguntándose qué hacía una muchacha sola en el puente de las Juntas.

Antes de entrar en la gasolinera, el semáforo cambió a rojo. Todo estaba nublado. Don Segundo aprovechó el tiempo para desempañar el parabrisas, esperó que la luz se pusiera en verde y giró hacia la estación, completamente vacía a esas horas.

Una vez parqueado ante una bomba, don Segundo abrió la ventanilla de su lado e hizo señas al dependiente para que viniera a atenderlo. Luego mecánicamente, sin regresar a ver, le habló a la joven:

-Llegamos, señorita, ¿va a quedarse aquí o prefiere...? Don Segundo observó por el retrovisor... Una corriente helada le golpeó el rostro. Regresó a ver y comprobó que el asiento del controlador estaba vacío. Se hallaba solo en el autobús. La puerta cerrada. El pañuelo azul, mojado, seguía extendido sobre el espaldar del asiento donde la muchacha había estado sentada momentos antes.

 

  Historias Ecuatorianas de Aparecidos
Grupo Editorial Gráficas Amarante, 2010.

Portadas:
Puente Las Juntas, Baños, Ecuador

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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