El presente tema muy conocido por lectores del folclor narrativo ecuatoriano se hace también presente en Baños de Tungurahua con su versión particular que dice:
En aquellos tiempos lejanos en que había que recogerse temprano a los hogares antes del aparecimiento del alma en penas, la loca viuda o la procesión de diablos tras la caja ronca, dio en aparecerse también el descabezado.
Después que dejaban de arder los mecheros en las esquinas y luego del rezo de las ancianas de la casa, todo quedaba en silencio hasta el momento en que el animero elevaba el consabido grito:
-…”Un padrenueeeestro y un avemaría por las benditas almas del purgatoooorio… Padre nueeeestro…”
Los niños se despertaban asustados y los adultos daban inicio al rezo por las almas de los fieles difuntos.
Después todo era ra de vez recogimiento propio de aquellos tiempos de calles oscuras y fantasmas errantes. Sin embargo, al silencio de la noche se escucha de vez en cuando el rítmico galope de un caballo que salía de tras de la casa conventual por el camino empedrado que pasaba por la mitad del pueblo.
Los comentarios a nivel de alcoba y luego al interior de las familias no hallaban explicación ni respuesta.
-Quién segará…?
-Talvez algún alma en penas…
-Ladrón contrabandista será...?
Lo curioso era que regresaba a la madrugada con igual ritmo de galope.
Algunos se propusieron espiar tras la ventana pero sin resultado. Otros aseguraban haber visto pasar al animal echando fuego por el hocico. No faltó quien llegó a afirmar que por haberlo visto se enfermó del mal aire.
El cura por su parte había advertido en misa, que eviten el pecado de la curiosidad, porque a causa de ella muchos fueron llevados por el diablo.
Que cuando cosas extrañas se escuchan es porque hay algún alma en penas que está pidiendo misas, responsos, limosnas para la iglesia.
Aunque el acompañamiento se daba por lo general en noches oscuras, no faltaron ocasiones en que se oyeron también en noches de luna. El temor que infundía era tal que nadie era capaz de exponerse a descubrir el fenómeno.
No obstante, diose el caso que ciertos trasnochadores quedados en una destilería, envalentonados por el licor se propusieron desafiar el peligro. La noche estaba propicia y la luna brillaba espléndida en el cielo sin nubes.
Tensos minutos de espera y nueva libación anticiparon al momento. Repentinamente ladraron los perros a la distancia y escuchóse el galope que se acercaba por el empedrado. Acurrucados al borde del camino manteníanse en acecho hasta que vieron acercarse el bulto que erguido sobre el animal pasó por su delante, pero iba tan tapado que daba la impresión de no tener cabeza.
Vencido el primer susto serenáronse con nuevas libaciones y volvieron al acecho. A pocas horas en cuanto cantaron los gallos escuchóse nuevamente el traqueteo. Trataron de cerciorarse más de cerca pero fue imposible dado a la velocidad con que pasó el animal.
Nadie dio crédito cuando escucharon el comentario. Atribuían a alucinaciones alcohólicas. No obstante, sin darse por vencidos planearon nuevas estrategias hasta dar con el misterio.
Por algún tiempo el fantasma no volvió aparecer, hasta tanto se urdieron los planes de tal manera que no falle en nueva ocasión. Alistaron las vetas de enlace con las que cazaban ganado en las faldas del Tungurahua y dieron en esperar cada noche.
No pasó mucho tiempo de preparativos cuando escuchóse de nuevo el galope por el camino real. Los lazos estaban listos a uno y otro lado del camino. De pronto apareció el fantasma con tal velocidad que no dio tiempo a nada. Esperaron el regreso.
La noche estaba clara y los conjurados en serena expectativa, pues para la ocasión se habían abstenido de ingerir licor. No hacía falta porque el miedo había pasado y la expectativa era firme y decidida.
Calculando las horas de regreso tenían las vetas listas. De pronto oyóse el traqueteo que descendía de la quebrada del Bascún. Volaron en el acto las vetas que enlazaron al bulto haciéndolo caer pesadamente.
Al amanecer sonaron las campanas para la misa del aurora. Como siempre el templo hallábase lleno de devotos que acostumbraban o rezar antes de sus trabajos, pero el sacerdote no aparecía. En vano se esperó algunas horas.
El comentario de boca en boca penetraba el recinto sagrado. Desde entonces el acontecimiento cobró carácter legendario que ha llegado hasta nosotros.