La historia extraña que les contaré ocurrió hace muchos años en la Vaquería, un Barrio ubicado en la Parroquia de Amaguaña, en Quito. La viví junto a mi esposo, a la edad de 27 años. Era la época en la que los capitalinos solíamos salir a coger catzos blancos para consumir.
Una madrugada salimos de la casa de mi suegra en la moto que en ese tiempo tenía mi esposo y nos dirigimos a unos cerros por la parte de Pucará Alto, hacia los bosques de la hacienda del Rosario.
Llegamos allá casi a las cinco y veinte de la mañana, porque a eso de las cinco y media empezaban a volar esos bichitos. A esa hora, el cielo estaba por abrirse con esas franjitas blancas, iluminando lo que se encontraba oscuro. Nos agachamos a buscarlos y estando así, escuchamos un grito horroroso que nos paró los pelos de punta y nos petrificó del susto.
Cuando regresamos a ver al frente, justo donde se encuentra el tanque del reservorio de agua que suministra a Quito, que se llama “Sevilla Martínez”, vimos a una figura negra, inmensa que estaba parada sobre los tanques. Si los tanques eran enormes, la imagen era más grande. Era una cosa monstruosa, de color negro, con un rostro grotesco. Alzó sus manos, que eran como alas, nos quedó viendo y se lanzó a la quebrada llamada "Chuza Longo".
Mi esposo, aterrorizado, cogió la moto y salimos volando a la casa. Desde ese día, no hemos vuelto a ese lugar. No sabemos qué mismo vimos, si a un demonio o a un cuco, si a un fantasma o a un diablo. La única certeza que tuvimos fue que la aparición había sido demoníaca.