Víctor Tapia
Recopilación: Dorys Rueda
Quito, abril, 2015

La Magdalena es un sector ubicado al sur de la ciudad de Quito, un barrio muy hermoso donde viví con mi familia durante seis años. Nuestra casa estaba situada cerca del colegio “Sagrado Corazón de Jesús”, en la Jauja y General Pintag, donde estudiaban mis hermanas. Era una edificación blanca de dos pisos y portón verde en la que vivíamos varias familias, cada una en un departamento distinto.

Para ese entonces, yo tenía 11 años y era sumamente escéptico ante  la presencia de los fantasmas, pero mis vecinas no lo eran y aseguraban que en aquella casa a la cual nos habíamos cambiado pasaban sucesos insólitos. Se escuchaban voces por las noches y una presencia extraña rondaba por el lugar.

Terminada la mudanza, ya por la noche, esperaba con ansias que sucediera algún suceso de los que me habían mencionado mis vecinas, pero no ocurría nada. Pasaron los días y me cansé de esperar, me olvidé entonces del tema y perdí el interés por lo sobrenatural.

De pronto, empezaron a ocurrir cosas extrañas en las noches: las puertas de los armarios se abrían de par en par y se oían ruidos y pasos de alguien que caminaba por la casa. Al principio, me imaginaba que era algún miembro de la familia que se había levantado al baño.

Una noche, mientras dormía tranquilo, me desperté con la sensación de que había gente alrededor de mi cama, observándome... Con temor, abrí los ojos y, efectivamente, vi una sombra mirándome como si esperaba algo. Del susto, cerré los ojos y me cubrí con las cobijas hasta la cabeza. Comencé a rezar "El padrenuestro", con la esperanza de que aquella sombra desapareciera.  Lo que así sucedió, entonces, me quedé dormido nuevamente.

Del pavor, pasé a la costumbre y conseguí lidiar bien con aquellos sucesos extraños. Mis padres siempre prefirieron ignorar el tema, al igual que mis hermanas, pero yo nunca lo dejé de lado. Un día, todo se intensificó. Ya no había solo apariciones por las noches o puertas de los armarios abiertas en las mañanas, sino que mi radio se prendía solo y mi perrita se inquietaba mucho.

Me mudé al cuarto de mis hermanas, pensando que allí no ocurriría nada, pero me equivoqué. Una madrugada la puerta de la habitación se abrió lentamente y una presencia alta y negra, con una túnica y una capucha que le cubría el rostro, extendió su mano de color blanco azulado como la de un muerto, invitándome a ir con él. Al día siguiente, le conté lo sucedido a mi madre, pero no me creyó y mis hermanas con las que dormía prefirieron evadir el tema. Entonces, fui donde mis vecinas y les conté lo que me había ocurrido y ellas me aconsejaron abandonar la casa o llamar a un sacerdote para que la bendijera. Lo más efectivo fue la segunda opción.

Mis padres al fin llamaron a un cura que nos aconsejó orar por esa alma o espíritu que nos atormentaba y aunque la aparición siguió en la casa, fue desvaneciéndose con el tiempo.

 

Portada:  https://twitter.com/capumendolotudo

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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