Por: Oswaldo Rivera Villavicencio
Echar un vistazo a la calle de La Ronda, estrecha y tortuosa de nuestro Quito cargado de tradiciones y leyendas, invita a recordar y deambular por sus alrededores flanqueados de quebradas, vestigios, caminos, conductos grisáceos, casas y patios bordados de geranios.
La colina desprendida de la Avenida 24 de Mayo produce punzante sensación y fantástica influencia de historia de la calle Maldonado sobre el puente nuevo o Túnel de la Paz que palpita ondulatoriamente y se bifurca con terrazas y macetas floridas, recibidoras del reflejo de las tejas arrugadas por el tiempo.
Construcciones y calles rodean a La Ronda alborotada de viajeros y comerciantes que estremecen la paz y el silencio de la calleja. El tiempo se duerme junto al saboreo consciente de ideas, de inquietudes inapaciguables de esperanza y un cielo acogedor.
Las casas de fachada puntiaguda se miran calladamente. La historia llama a la puerta y descubre secretos cuando abajo se escucha las aguas del Machángara acompañadas de árboles y aves ambulantes.
Los historiadores afirman que La Ronda se levantó sobre las ruinas prehistóricas de los Quitus y al pie del Yavirac o Hijuelo Sentado. Los españoles la acoplaron a sus intereses urbanísticos; por esto, La Ronda viene de “rondar o dar las vueltas alrededor de una cosa vigilándola”. Proviene también del “viejo término castellano o espacio que hay entre la parte interior del muro y las casas de la ciudad, villa o fortaleza”.
Los indígenas llamaron al sector Ullaguanga-huayco o río de los gallinazos que descendía de la Chorrera (Jatuna) del Pichincha designada con el nombre de Jerusalén, quebrada que fuera rellenada después.
Antes debió ser un gran arroyo para uso doméstico y lugar en donde lavaban sus ropas los indígenas. Más tarde, se denominó La Ronda hasta cuando el presidente García Moreno construyó el puente de los gallinazos para que por ahí pase la carretera nacional.
Esta calle, además, adquirió importancia porque servía para el traslado de los enfermos del sur que ingresaban al Hospital de la Misericordia.
La Ronda fue calle de tradicional bohemia, serenatas y de poetas que en ella habitaban o asistían a declamar o leer sus composiciones poéticas, ofreciéndolas a bellas mujeres. Surgía el desvelo, la evocación y la variedad inagotable del amor y el humorismo quiteño.
El sol de La Ronda dora las casas, se ennegrece la piedra, corre el agua que llueve, pasan las nubes por el horizonte y después el cielo se alegra.
Sus habitantes laboriosos y los turistas sienten el sol teñido de rojo, embrujado como un juglar observador que alcanza la reverencia agradecida de La Ronda, llevándose el sol de la Mitad del Mundo y las sonrisas de los balcones de nuestra calle estrecha y tortuosa de eternos resplandores.
La leyenda participa que entre los poetas que vivían en La Ronda se destaca la vida de un vate modernista altivo, la melena le caía sobre los hombros como un bosque, enlunado o de estrellas milagrosas ceñidas de arrebol y de gorriones al borde del estanque. En su alma se esparcía la redención social.
En sus horas de reflexión anduvo acompañado de su perro. Llamó la atención de sus vecinos cuando enfermó de fiebre tifoidea. Un sol ardiente oprimió su corazón y su mirada empurpuró al hospital.
Una monja le atendió durante su enfermedad y leyó los versos del poeta: “No llores antes que el sepulcro frío, /guarde oculto mis lívidos despojos;/ clava en mí tus pupilas amor mío,/ quiero llevar tu imagen en mis ojos”.
Murió el poeta y trastrocaron su cadáver con el de un indígena que falleció también ese día. Robaron sus despojos y dice la leyenda que le hicieron fritada, la misma que fue vendida en el estadio El Arbolito de la ciudad de Quito.
Leyendas y Tradiciones Quiteñas