Esta leyenda, originaria de la provincia de Pichincha, fue relatada por María José Pardo a su profesor, Óscar Ruiz, quien me la compartió el 20 de junio de 2025.
En lo profundo de la naturaleza de Mindo, en la provincia de Pichincha, cada 28 de diciembre el silencio cae como una llovizna invisible. Es un silencio espeso, expectante, casi sagrado, porque ese día —y solo ese día— Jack regresa.
Muchos lo conocen como “el payaso maldito”, otros simplemente como “el que no debe ser nombrado”. Siempre aparece igual: vestido con un traje colorido, ajado por los años y manchado de lodo. Su maquillaje es grotesco, una mezcla inquietante entre una alegría fingida y un horror profundo. Pero lo que más perturba, y pocos se atreven a admitirlo, son sus ojos: dos pozos negros y sin fondo, donde dicen que flotan los reflejos de las almas perdidas.
La historia comenzó hace más de treinta años, cuando los primeros rumores se propagaron por el pueblo. Algunos ancianos afirmaban haberlo visto deambular por las calles vacías, justo antes de la medianoche, con su risa chirriante rebotando entre los árboles. Quienes se asomaban a la ventana veían una figura que no caminaba, sino que parecía flotar apenas sobre el empedrado.
Muchos creyeron que era solo una leyenda urbana. Un cuento para asustar a los niños, hasta que ocurrió lo impensable.
Fue un 28 de diciembre. Mateo, un niño de siete años, le dijo a su hermana menor que quería comprobar si “el payaso de los cuentos” era real. Nunca volvió. Nadie lo vio salir. Nadie escuchó un grito. Simplemente, se desvaneció. Un año después, desaparecieron otros dos niños y nadie encontró rastro alguno de ellos.
En un intento desesperado por hallar respuestas, dos agentes fueron asignados a patrullar el pueblo durante toda la noche del 28. Nunca regresaron al cuartel.
Se los buscó durante días, pero no hubo rastro alguno. Hasta que, una semana después, regresaron por su cuenta. Caminaban lentamente, cubiertos de barro, con la mirada perdida. No recordaban sus nombres, ni el día, ni lo que había sucedido. Como si alguien les hubiese arrancado los recuerdos con manos invisibles.
Desde entonces, los niños de Mindo no salen a jugar el 28 de diciembre. Las familias aseguran puertas y ventanas. Rezando. Temiendo. Porque se dice que Jack no siempre viene por los pequeños y que puede entrar a las casas si alguien lo nombra después del anochecer.
También se rumorea que su voz puede escucharse cualquier día del año, excepto el 28. Es una voz suave, susurrante, que brota desde los rincones oscuros de las casas y pregunta, casi con ternura escalofriante: “¿Me han extrañado?"
Se dice que quienes han escuchado aquella voz aseguran que, si alguien llega a responder, incluso solo en pensamiento, Jack sabrá con precisión dónde se encuentra esa persona.
Nada se sabe con certeza sobre el origen de Jack. Algunos comentan que fue un artista de circo que sufrió una tragedia. Otros afirman que se trata del espíritu vengativo de un niño humillado por el pueblo hace siglos. Lo único que parece indiscutible es que, con el paso de los años, su poder se ha hecho más fuerte.
Diversos valientes han intentado grabarlo, seguirlo o enfrentarlo. Ninguno ha tenido éxito.
Existe una advertencia que aún repiten los ancianos del lugar y que todos en Mindo siguen con riguroso respeto: no se debe mirar a Jack directamente a los ojos. Se dice que, si alguien lo hace, verá reflejada su propia alma y él también la verá.
Cuando eso ocurre, Jack sonríe y en ese preciso instante se comprende que ya es demasiado tarde para huir.