Por Dorys Rueda

 

Esta leyenda, originaria del Cantón Olmedo en la provincia de Loja, fue narrada por los alumnos Cristina Camacho, Anahí Jiménez, Malena Ordóñez, Abigail Vásquez y Fernanda Ortega a su profesor, Oscar Ruiz, quien a su vez me la compartió.

Así comienza la historia:

En un rincón olvidado del mundo, rodeado de densos bosques y montañas, existía el enigmático pueblo de Chaquinales, ubicado en el Cantón Olmedo, provincia de Loja. Su nombre, "lugar de los ecos", no era casualidad. Las calles desiertas resonaban con susurros, no de voces humanas, sino de antiguas historias y secretos oscuros que se mantenían vivos en el viento.

Antaño, Chaquinales fue un pueblo próspero, lleno de vida y alegría. Sus habitantes vivían en armonía con la naturaleza, disfrutando de abundantes cosechas y una paz aparente. Sin embargo, un cambio comenzó a gestarse en las noches, cuando una extraña neblina descendió sobre el pueblo. Cada noche traía consigo un frío penetrante y una inquietante sensación de desasosiego que invadía a todos los que habitaban allí.

Los habitantes empezaron a notar que aquellos que se aventuraban a salir después del anochecer, jamás regresaban. Al principio, las desapariciones fueron vistas como simples tragedias, pero pronto se convirtió en una maldición. Nadie se atrevía a desafiar la niebla y el pueblo comenzó a caer en el olvido, aunque la neblina persistía.

Los ancianos del lugar contaban historias de tiempos lejanos, cuando los fundadores del pueblo hicieron un pacto con seres sobrenaturales que habitaban en el bosque circundante. A cambio de prosperidad y abundancia, debían ofrecer un sacrificio cada luna llena. La codicia de los primeros pobladores los llevó a comprometer sus almas, atrapando al pueblo en un ciclo de miedo y sacrificio.

Con el paso de los años, los corazones de los descendientes se llenaron de miedo y desconfianza y el pacto fue olvidado. Sin embargo, al intentar romper el acuerdo, la maldición se intensificó. La neblina creció en poder y comenzó a manifestar formas terroríficas: sombras alargadas que acechaban en las esquinas, rostros distorsionados en los espejos y ecos de risas maníacas que resonaban por todo el pueblo. Aquellos que intentaban huir de la niebla se perdían en sus propios miedos, atrapados para siempre en su laberinto de niebla.

Una noche, Verónica y Pablo llegaron a Chaquinales sin conocer su historia ni su maldición. Intrigados por la belleza y el misterio del lugar, decidieron explorar sus calles desiertas al caer la noche. Al principio, todo parecía tranquilo, pero pronto comenzaron a escuchar los ecos de aquellos que habían sido atrapados por la maldición: gritos desesperados de personas que una vez habitaron el pueblo, pero que nunca regresaron.

La neblina envolvía a Verónica y Pablo, pero decidieron no dejarse vencer por el miedo. Determinados a liberar a las almas atrapadas, gritaron al aire: “¡Dejen salir a aquellos que fueron condenados!”

La neblina, como si sintiera su desafío, se detuvo por un momento. Las sombras retrocedieron y un silencio profundo invadió el pueblo. La valentía de Verónica y Pablo resonó en los corazones olvidados de los habitantes de la comunidad. Fue entonces cuando comenzaron a emerger figuras espectrales, las almas perdidas que habían sido sacrificadas en generaciones pasadas. Con lágrimas en los ojos, estas almas agradecieron a los intrépidos jóvenes por recordarles su humanidad y su lucha por liberarse del ciclo de sacrificios y miedo.

Juntos, los vivos y los muertos, comenzaron a cantar un cántico poderoso, uno que atravesó la neblina, atravesó el tiempo y rompió el antiguo hechizo. El pacto fue quebrado y la maldición de Chaquinales se disolvió para siempre.

Desde aquel día, el pueblo dejó de ser una comunidad maldita. La neblina desapareció y las sombras que antes acechaban las calles se disolvieron en el aire. Sin embargo, el eco de su historia seguía vivo, pues los habitantes aprendieron a respetar la neblina y a contar su leyenda.

El pueblo, aunque transformado, nunca olvidó su historia. Hoy, sus ecos ya no son gritos desesperados, sino recordatorios del valor y la unidad frente a la oscuridad. Chaquinales se convirtió en un sitio donde las voces del pasado se entrelazan con las del presente, enseñando a todos aquellos que lo visitan sobre los peligros de la codicia y la importancia de la solidaridad.

La codicia puede traer consigo un precio muy alto, uno que se paga con el miedo y la oscuridad. Solo a través de la valentía, la unidad y el reconocimiento de nuestras responsabilidades podemos romper los ciclos que nos aprisionan. Los sacrificios que realmente valen la pena son aquellos que nos fortalecen como comunidad, no los que lastiman a otros.

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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