Esta historia fue recopilada por el profesor Óscar Ruiz, un destacado maestro, a partir de los relatos de sus alumnos: Dary Michel, José Morales, Darío Cuesta, Kevin Campoverde, Mario Soto, quienes la recogieron de las voces de su comunidad. Yo, por mi parte, he adaptado la historia.
En la provincia de Loja, vivía una pareja de enamorados, Ana y Manuel, cuya relación parecía invulnerable a las dificultades. Cada día que pasaba, sus corazones se acercaban más, hasta el punto de sentir que compartían un solo ser. Se conocían en cada gesto, en cada palabra y hasta sus silencios eran cómplices. Al llegar su primer aniversario, ambos querían hacer algo especial, algo que marcara esa fecha de una manera única, fuera de lo común, algo que les permitiera compartir una experiencia inolvidable.
Manuel, sabiendo cuánto le gustaban los amaneceres a Ana, propuso un plan fuera de lo rutinario: viajarían juntos hasta la Cueva de los Angelitos, un lugar apartado y conocido por su majestuoso amanecer, donde los primeros rayos del sol acarician la tierra con una luz dorada y suave. El lugar era apartado, rodeado de montañas y pocos se atrevían a llegar hasta allí a esas horas tan tempranas. Para Ana, la idea parecía perfecta y aceptó encantada.
El sábado por la noche, Ana recibió un mensaje de Manuel recordándole la hora del encuentro al día siguiente: 'Nos vemos a las cinco de la mañana frente a la cueva. Te esperaré con ansias. Te amo”. Después de un breve intercambio de palabras, ambos se despidieron y se prepararon para descansar, con la emoción de lo que les aguardaba al día siguiente.
Ana despertó a las primeras horas de la madrugada del domingo, con el corazón acelerado por la emoción de la cita. Se alistó rápidamente, pero al intentar comunicarse con Manuel, se dio cuenta de que no estaba conectado. Preocupada, pero sin perder la esperanza, decidió continuar su camino hacia la cueva, que estaba a solo 15 minutos de su casa. El sendero era largo y polvoriento, serpenteando entre árboles y piedras.
A medida que avanzaba por el camino, comenzó a escribirle a Manuel con insistencia, preguntándole si todo estaba bien, pero no obtenía respuesta. La sensación de ser observada empezó a invadirla, aunque intentó tranquilizarse. El frío y la oscuridad de la madrugada le daban una sensación extraña, como si algo estuviera fuera de lugar, pero aún mantenía la esperanza de encontrarlo en la cueva. La presión en su pecho aumentaba mientras sentía que alguien o algo la seguía a lo lejos, sin poder identificarlo.
Al llegar a la entrada de la cueva, su corazón dio un vuelco. Manuel no estaba allí. La angustia se apoderó de ella, pero siguió insistiendo con los mensajes, tratando de calmar su creciente temor. Las respuestas nunca llegaron. La angustia se transformó en desesperación. La cueva, silenciosa y oscura, se convirtió en un lugar de incertidumbre y Ana comenzó a sentir que algo extraño estaba sucediendo. Decidió recoger sus pertenencias y regresar, pero justo cuando dio un paso para girar, sintió algo extraño en el aire. Un viento gélido la envolvió y, al instante, alguien le tapó la vista.
El pánico la invadió, intentando liberarse, pero la figura detrás de ella la inmovilizó. En un acto desesperado, Ana luchó por escapar, pero fue en vano. Un filo frío y afilado la atravesó, cortando su vida de forma abrupta y cruel. En ese momento, su cuerpo cayó al barranco, que parecía no tener fin. Sus gritos pidiendo ayuda se ahogaron en la profundidad de la oscuridad. A pesar de la herida mortal, Ana aún estaba viva, pero su voz solo era un eco que se perdía en el abismo.
Mientras tanto, Manuel despertó tarde, viendo los mensajes que Ana le había enviado. Su celular había quedado apagado por la noche y la alarma nunca sonó. Preocupado, trató de llamarla, pero no obtuvo respuesta. Desesperado, tomó su coche y condujo hacia la cueva, buscando a Ana. Al llegar, lo único que encontró fue la escena espantosa: el barranco donde Ana había caído yacía ante él. Sintió un frío indescriptible al ver el lugar tan vacío, como si la naturaleza misma lo hubiera tragado todo.
Manuel, sin pensarlo dos veces, llamó a la policía, relatando la escena con una frialdad inquietante. A pesar de las circunstancias extrañas, la policía comenzó a investigar. ¿Cómo sabía Manuel exactamente lo que había sucedido? ¿Cómo sabía que Ana había sido apuñalada?
Cuando llegaron a la escena, comenzaron a sospechar. Manuel fue arrestado y llevado para declarar. En ese momento, confesó algo escalofriante: Ana le había sido infiel y el dolor de los celos y la ira lo habían cegado. La venganza lo llevó a un acto de traición terrible, que selló su destino y el de Ana. La noche en la cueva no solo había robado la vida de Ana, sino también la suya propia, condenada por su culpa.
Desde aquel suceso, la Cueva de los Angelitos se convirtió en un lugar aún más inquietante. Los turistas que se aventuran a visitarla en la madrugada aseguran escuchar gritos desgarradores y ver sombras que se mueven en el barranco, como si Ana, atrapada entre la vida y la muerte, aún buscara venganza. Algunos incluso afirman escuchar su voz llamando a Manuel, pidiendo justicia por su trágico final.
La leyenda de Ana y Manuel persiste y cada año, en la madrugada de un domingo cualquiera, los ecos del pasado resuenan en la cueva, recordando a todos que algunas traiciones no se olvidan nunca.
Y tú, ¿te atreverías a caminar por este sendero, donde la angustia de un amor perdido se hace eterna?