Dicen que muchos chasquis que pasaron por el lugar perecieron en los tambos y que cada noche de luna llena salen sus almas del sitio donde cayeron muertos y caminan por los alrededores de las lagunas.
Antiguamente, Mojanda era camino obligado para viajar a la capital. La gente partía en pequeños grupos y caravanas. El propósito de estos traslados era, en gran parte, para hacer negocios, en un tiempo en que no había carreteras y el único camino habilitado era el sistema montañoso del Nudo de Mojanda Cajas.
Todos los habitantes de Otavalo conocían bien que las tres lagunas tenían un carácter poco amigable y se enfadaban con mucha facilidad.
Los caminantes no debían detenerse a descansar a las doce de la noche ni en la Laguna Grande ni en la Chiquita y jamás reposar a ninguna hora al borde de la Laguna Negra, la más bravía de las tres, porque no admitía humanos cerca. Los viajantes podían pasar junto a ella, pero nunca parar, si querían salir con vida del sector.
Un día, cuatro turistas emprendieron el viaje hacia Quito, llevando consigo un gallo. Los habitantes, al verlos partir, les dijeron que debían tener cuidado con las lagunas. Les advirtieron que, si querían reposar, no debían quedarse ni en el Lago Varón ni en el Lago Mujer a medianoche y jamás detenerse al borde de la Laguna Negra, porque esta se tragaba a cualquier humano que se le aproximaba. Pero los turistas, mirándose entre sí, se rieron de los pobladores y desestimaron sus consejos, pues consideraban que eran simples supersticiones de la gente.
Empezaron su viaje y finalmente llegaron a la Laguna Negra, para reposar allí en la noche. Descargaron el gallo, tomaron unas frazadas y se dispusieron a dormir al borde del lago, para reiniciar la caminata al día siguiente. La laguna, al verlos, se enfureció de tal manera que levantó las aguas y arrastró a sus profundidades a los hombres y al gallo.
La gente afirmaba que alrededor de las lagunas, a las doce de la noche, se escuchaba el canto de un gallo.
La gente mayor de la ciudad dijo: “Hay que escuchar siempre lo que los otavaleños aconsejan”.
INFORMANTE
Fue un autodidacta que impulsó la modernización de la ciudad de Otavalo y logró cambios enormes para su ciudad, como la automatización de los teléfonos, la construcción del Banco de Fomento, la llegada del Banco del Pichincha, la edificación del Mercado 24 de Mayo, la construcción de la Cámara de Comercio, la reparación del templo El Jordán y la reconstrucción del Hospital San Luis.
Por décadas, fue benefactor de las escuelas Gabriela Mistral y José Martí. Fue fundador de varias instituciones de la ciudad, de donde desplegó su actividad a favor de la comunidad. Fue presidente de la Sociedad de Trabajadores México y del Club de Tiro, Caza y Pesca. Formó la Cámara de Comercio, trabajó para ella y fue su Presidente Vitalicio.