En tiempos antiguos, un grupo de jóvenes emprendió una excursión a Mojanda, un escenario natural muy hermoso, conformado por tres lagunas de inconmensurable belleza: la Laguna Grande, la Laguna Chiquita y la Laguna Negra.
Salieron de Otavalo en la mañana, con la idea de acampar en la Laguna Grande. Llevaban ropa abrigada y comida, porque sabían que el clima era frío y se intensificaba con el paso de las horas. Para la noche tenían licor, así mitigarían el cansancio y las temperaturas extremas bajo cero.
Cuando llegaron, instalaron el campamento cerca de la Laguna Grande y empezaron a beber. A las doce de la noche, cansados y ebrios, decidieron dormir. En ese momento, escucharon el tañido fuerte de una campana y sintieron miedo. Nadie hablaba y a muchos, del susto, se les pasó la embriaguez.
Uno de los muchachos recordó lo que le había contado su padre: “Había una campana sumergida en la Laguna Grande, aquella que los Remaches habían lanzado al agua, después de haberla robado en una iglesia de Ipiales. Por eso, los caminantes siempre escuchaban el tañido de esa campana, a las doce de la noche”.
Otro de los jóvenes, entretanto, recordó la historia que le había contado su madre: “Hace años, dos indígenas que trasladaban una campana a la iglesia de Tabacundo fueron alcanzados por las aguas de la Laguna Grande y se hundieron para siempre en ellas". Por eso, la gente que iba a Mojanda escuchaba el toque de una campana a las doce de la noche.
Muertos de miedo, decidieron no salir de la tienda. Sin embargo, uno de ellos, el más joven, no estuvo de acuerdo. Dijo que no tenía miedo y que era imposible dormir con semejante ruido, que era mejor averiguar qué ocurría afuera. Nadie lo detuvo.
El muchacho caminó rumbo a la laguna, aproximándose, lentamente, mientras el tañido de la campana era ensordecedor. Al llegar a la orilla, el estridente sonido desapareció y se topó con algo que flotaba en el agua, que brillaba como las estrellas. El joven quiso saber qué era ese objeto y se topó con un hermoso collar de diamantes. Cuando quiso tomarlo en sus manos, la joya dio un brinco y se fue más lejos. Cada vez que intentaba agarrarla, esta brincaba más y se quedaba flotando en el agua. El muchacho no se daba cuenta de que el agua le llegaba ya a las rodillas.
Entonces, decidió nadar, tirarse al agua para tomar de una vez por todas el hermoso collar. Estuvo a punto de hacerlo, cuando sintió la mano de uno de sus amigos que le empujaba hacia atrás, evitando que se lanzara a las gélidas aguas y muriera congelado. En ese momento, volvieron a escuchar el tañido de la campana y el joven desobediente, ahora sí aterrado, regresó a la tienda con sus amigos.
Fue un autodidacta que impulsó la modernización de la ciudad de Otavalo y logró cambios enormes para su ciudad, como la automatización de los teléfonos, la construcción del Banco de Fomento, la llegada del Banco del Pichincha, la edificación del Mercado 24 de Mayo, la construcción de la Cámara de Comercio, la reparación del templo El Jordán y la reconstrucción del Hospital San Luis.
Por décadas, fue benefactor de las escuelas Gabriela Mistral y José Martí. Fue fundador de varias instituciones de la ciudad, de donde desplegó su actividad a favor de la comunidad. Fue presidente de la Sociedad de Trabajadores México y del Club de Tiro, Caza y Pesca. Formó la Cámara de Comercio, trabajó para ella y fue su Presidente Vitalicio.