Hace muchísimos años, la gente tenía miedo de pasar por la Gruta del Socavón, a partir de las seis de la tarde. Las personas decían que allí merodeaba un fantasma de gran estatura, que no permitía el paso a ningún ser humano.
Un día, un sastre que tenía más de 12 oficiales les dijo a sus trabajadores que él sí podía ir solo al Socavón y que lo haría esa misma noche, a coger piedrecitas en la Gruta para regalarlas a su esposa. No, a las seis de la tarde, sino a las doce de la noche.
Cuando llegó la hora, el valiente sastre entró a la Gruta y lo primero que divisó fue un bulto negro, como de dos metros de altura, de cuyos dedos salía una especie de luz. “Este es el fantasma”, se dijo a sí mismo. Entonces, de un salto, le propinó un fuerte puñetazo, justo en la barbilla. El fantasma inmediatamente cayó al suelo y ahí mismo, el sastre lo remató, golpeándole en todo el cuerpo. Sin poder más, el fantasma empezó a gritar: “Maestro, maestro, soy su operario".
Todo salió a la luz, el tal fantasma era uno de sus trabajadores, que se divertía asustando a la gente que entraba a la Gruta, a partir de las seis de la tarde. Se vestía de negro, se subía en dos maderos para aparentar ser un gigante y se colocaba algo luminoso en sus dedos para dar una imagen macabra.
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