
Hace muchísimos años, la gente tenía miedo de pasar por la Gruta del Socavón, a partir de las seis de la tarde. Las personas decían que allí merodeaba un fantasma de gran estatura, que no permitía el paso a ningún ser humano.
Un día, un sastre que tenía más de 12 oficiales les dijo a sus trabajadores que él sí podía ir solo al Socavón y que lo haría esa misma noche, a coger piedrecitas en la Gruta para regalarlas a su esposa. No, a las seis de la tarde, sino a las doce de la noche.
Cuando llegó la hora, el valiente sastre entró a la Gruta y lo primero que divisó fue un bulto negro, como de dos metros de altura, de cuyos dedos salía una especie de luz. “Este es el fantasma”, se dijo a sí mismo. Entonces, de un salto, le propinó un fuerte puñetazo, justo en la barbilla. El fantasma inmediatamente cayó al suelo y ahí mismo, el sastre lo remató, golpeándole en todo el cuerpo. Sin poder más, el fantasma empezó a gritar: “Maestro, maestro, soy su operario".
Todo salió a la luz, el tal fantasma era uno de sus trabajadores, que se divertía asustando a la gente que entraba a la Gruta, a partir de las seis de la tarde. Se vestía de negro, se subía en dos maderos para aparentar ser un gigante y se colocaba algo luminoso en sus dedos para dar una imagen macabra.
Informante
Fue un autodidacta que impulsó la modernización de la ciudad de Otavalo y logró cambios enormes para su ciudad, como la automatización de los teléfonos, la construcción del Banco de Fomento, la llegada del Banco del Pichincha, la edificación del Mercado 24 de Mayo, la construcción de la Cámara de Comercio, la reparación del templo El Jordán y la reconstrucción del Hospital San Luis.