Hay versiones con algunas variantes de por qué a los otavaleños nos llaman “Apaga velas”. Una de las versiones cuenta lo que sucedió una noche, en un juego de mesa, entre otavaleños e ibarreños. Los otavaleños, para ganar la partida, apagaron las velas en pleno juego y luego, se llevaron las apuestas.

Edison Patricio Vásquez amplía esta historia:  "La versión del apodo que conoce todo otavaleño es la de un juego de cartas, entre otavaleños e ibarreños. Los otavaleños, al estar perdiendo el juego, apagaron las velas y salieron corriendo. Cuando los ibarreños les perseguían, les gritaban: Apagaveeelaaasss y como no podían alcanzarlos, a lo lejos, escuchaban que los otavaleños les gritaban Patooojoooss".

Oswaldo Andrade Sandoval, en tanto, agrega: "Existía una tremenda rivalidad entre Otavalo e Ibarra por asuntos de campeonatos deportivos, especialmente, de fútbol. Los Ibarreños nos decían Apaga velas y los Otavaleños les decíamos Patojos.
 
A continuación, les presento la leyenda de los “Apaga velas”, que me contó el profesor Luis Ubidia hace muchos años.
 
Los Apaga velas
 
Fuente oral: Luis Ubidia
Recopilación: Dorys Rueda
Otavalo, 1986
 

Los otavaleños, al igual que los habitantes de otras ciudades, tenemos un sobrenombre, un mote distintivo que nos caracteriza. El nombre de “Apaga velas” nos viene desde tiempos muy remotos.

Hace muchos años atrás, un gran número de comerciantes solía llegar a Otavalo, con el objeto de vender su mercadería en la plaza de la ciudad. Como el regreso tomaba mucho tiempo, debían quedarse en la ciudad por lo menos una noche.

Algunos pedían posada en una casa; otros, los más, se quedaban en el portal del mercado, cobijados por su propia ropa o por la mercadería que escondían con mucho celo, al igual que el dinero para evitar el robo que era frecuente en ese lugar.

Una noche, a las doce, poco antes de disponerse a dormir, tuvieron una aparición espectral. Vieron cómo se les acercaba una procesión conformada por unos cinco hombres vestidos de negro, que llevaban a cuestas un ataúd. Al frente del grupo, iba un esqueleto que llevaba una vela prendida. Los asustados comerciantes pensaron que se trataba de la mismísima “Caja Ronca”, por lo que salieron disparados del lugar, abandonando la mercadería que con tanto celo habían escondido. El esqueleto, al ver que la gente huía despavorida y no quedaba ni una sola alma en el lugar, recogía sin prisas el dinero y la mercancía que habían abandonado los comerciantes en el suelo.

La aparición de la caja ronca se volvió, desde entonces, muy frecuente. Los mercaderes ya no querían viajar a Otavalo, peor, quedarse a dormir en la ciudad.

Dos jóvenes otavaleños, dejando de lado el miedo, decidieron investigar a la famosa caja ronca. Una noche, esperaron pacientemente su aparición, escondidos tras unos bultos de ropa.  A las doce en punto, vieron cómo se les aproximaba una procesión infernal: cinco hombres vestidos íntegramente de negro llevaban a cuestas un ataúd y un esqueleto iba al frente del grupo, con una vela encendida.  Cuando el cortejo pasó junto a ellos, ambos jóvenes saltaron sobre el esqueleto. El uno, de un soplo, apagó la vela que llevaba prendida el esqueleto. Mientras el otro, le sujetaba el cuello y se daba cuenta de que el esqueleto no era tal, llevaba un disfraz que se le caía en ese momento.

Por la valentía del primer joven otavaleño, al enfrentarse con un espectro y apagar la vela, nos viene el mote de “Apaga velas”. Nombre que llevamos con orgullo,hombres y mujeres, como símbolo de valor.

En relación con esta leyenda, Oswaldo Andrade Sandoval manifiesta que su abuelo, don Rafael Sandoval, le contó que una forma de alejar a la Caja Ronca era con el Sachamuyo, tres pepas negras que los bohemios de la época siempre llevaban en su bolsillo.

 

Informante

1 Luis Ubidia (Otavalo: 1913-2000)

Fue un prestigioso maestro que empezó su carrera docente en 1935 en San Pablo de Lago, en la escuela Cristóbal Colón. Después pasó a la escuela 10 de Agosto de la ciudad de Otavalo, plantel donde había estudiado su educación primaria. En 1936, viajó a Quito para trabajar en la Anexa del Normal Juan Montalvo. En 1970, después de una ardua y fructífera labor como profesor, se acogió a la jubilación  y fue articulista en los medios escritos de la provincia de Imbabura, con un claro enfoque de justicia y rectitud en los temas de la vida local del cantón Otavalo. Escribió también artículos de investigación científica y notas poéticas. Tiene 28 publicaciones (H. Ubidia, comunicación personal, enero 14, 2016).

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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