Existen varias versiones sobre por qué a los otavaleños nos llaman ‘Apaga velas’. Hoy les contaré dos de ellas

 
 
 
Fuente oral: Luis Ubidia
Recopilación: Dorys Rueda
Otavalo, 1986
 

 

En Otavalo, como en muchas ciudades del Ecuador, sus habitantes tienen un sobrenombre que los distingue. El de “Apaga velas” se remonta a tiempos antiguos y, aunque existen varias versiones sobre su origen, todas comparten el ingenio y la picardía que caracterizan a nuestro pueblo.

Algunos cuentan que todo comenzó en una noche de juego de cartas entre otavaleños e ibarreños. La partida estaba reñida, pero la suerte no sonreía a los nuestros. En un momento decisivo, uno de los jugadores otavaleños apagó las velas de un soplo y, en la confusión, recogieron las apuestas y salieron corriendo. Los ibarreños, furiosos, corrieron tras ellos gritando “¡Apagavelas!”, mientras desde lejos, al no poder alcanzarlos, escuchaban la respuesta burlona de los otavaleños: “¡Patojos!”.

Este pique no era aislado: la rivalidad entre Otavalo e Ibarra se sentía también en las canchas de fútbol y en cualquier encuentro deportivo.

Así, el sobrenombre de “Apaga velas” se fue afianzando en boca de unos y otros, hasta volverse parte de la identidad popular.

Pero hay una versión más antigua que hunde sus raíces en la leyenda y que, dicen, es la verdadera chispa de este apodo.

Hace muchas décadas, Otavalo recibía a gran número de comerciantes que venían a vender sus productos en la plaza central. Como el camino de regreso era largo, muchos debían quedarse a dormir en la ciudad. Algunos hallaban posada en casas amigas; otros, la mayoría, se acomodaban en el portal del mercado, arropados con sus ponchos o protegiendo con celo la mercadería y el dinero, pues los robos eran frecuentes.

Una noche, a las doce en punto, los comerciantes vieron algo que les heló la sangre: una procesión avanzaba lentamente por la calle. Cinco figuras vestidas de negro cargaban un ataúd y, al frente, guiando el cortejo, marchaba un esqueleto que sostenía una vela encendida.

El silencio y la penumbra acentuaban el espanto. Muchos recordaron la leyenda de la temida “Caja Ronca”, esa aparición nocturna que anunciaba desgracias y muerte. Presos del terror, los forasteros huían sin mirar atrás, dejando abandonadas sus pertenencias. El supuesto esqueleto, al ver el lugar vacío, recogía sin prisa la mercadería y el dinero.

La escena comenzó a repetirse noche tras noche. Los rumores crecieron y los mercaderes empezaron a evitar quedarse en Otavalo.

Hasta que dos jóvenes otavaleños, decididos a descubrir la verdad, se ocultaron una noche entre los bultos de ropa. A la medianoche, apareció la misma procesión: las cinco figuras con el ataúd y, delante, el esqueleto con la vela. Cuando el cortejo pasó junto a ellos, uno de los jóvenes se abalanzó sobre el esqueleto y, de un soplido, apagó la vela. El otro le sujetó con fuerza y, al forcejear, el disfraz cayó al suelo, revelando a un hombre de carne y hueso.

Así se descubrió que la “Caja Ronca” no era más que un ardid de ladrones para espantar a los comerciantes y robarles. Desde entonces, el mote de “Apaga velas” quedó grabado en la memoria popular, no como una burla, sino como símbolo del valor de aquel joven que, sin miedo, apagó la luz del falso espectro.

Y, como curiosidad, cuentan los más viejos que, para ahuyentar a la verdadera “Caja Ronca” —en caso de que alguna vez apareciera—, bastaba llevar en el bolsillo un Sachamuyo: tres pepas negras que los bohemios de antaño consideraban un amuleto infalible contra los espíritus.

Con el paso de los años, el mote de “Apaga velas” dejó de ser únicamente el recuerdo de una rivalidad o de una travesura en un juego de cartas. La leyenda del joven que, con un soplo, apagó la vela del supuesto espectro de la Caja Ronca, se entrelazó con el apodo, dándole un sentido más profundo. Así, el sobrenombre pasó a simbolizar el ingenio, el valor y la capacidad de enfrentar lo desconocido. Hoy, en Otavalo, lo llevamos con orgullo, sabiendo que, detrás de esas dos palabras, habita una historia que mezcla picardía, coraje y tradición, manteniendo viva la memoria de nuestro pueblo.

 

 Informante

1 Luis Ubidia (Otavalo: 1913-2000)

Fue un prestigioso maestro que empezó su carrera docente en 1935 en San Pablo de Lago, en la escuela Cristóbal Colón. Después pasó a la escuela 10 de Agosto de la ciudad de Otavalo, plantel donde había estudiado su educación primaria. En 1936, viajó a Quito para trabajar en la Anexa del Normal Juan Montalvo. En 1970, después de una ardua y fructífera labor como profesor, se acogió a la jubilación  y fue articulista en los medios escritos de la provincia de Imbabura, con un claro enfoque de justicia y rectitud en los temas de la vida local del cantón Otavalo. Escribió también artículos de investigación científica y notas poéticas. Tiene 28 publicaciones (H. Ubidia, comunicación personal, enero 14, 2016).

 

 

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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