Le sucedió a Marina hace muchos años. Era oriunda de Íntag y provenía de una familia humilde; tenía cabello largo, negro y abultado, ojos grandes y negros; era una buena persona, trabajaba como doméstica en una casa antigua, ubicada en la calle Juan Montalvo, junto al parque de la ciudad de Otavalo. Su patrona era una encantadora mujer, la señora Yolita Cabrera, viuda de Albuja, dedicada a la venta de fritada y del delicioso yamor otavaleño.
Bueno, en esta casa, mi tío Jaime tenía su negocio de sombreros y allí también tenía su oficina el Dr. César Guiassis.
En una esquina del patio de esta casa, había un montón de piedras y Marina, como era la encargada de poner orden y limpieza en el lugar, iba allí todos los días. Justamente, de este sitio, salía el duende, un hombrecito que le decía: "Pssss, pssss" y le mostraba una pequeña caja, con la intención de que ella la tomara. Marina, asustada, salía despavorida del patio y su miedo era tal, que había contado a muchas personas sobre estas apariciones diarias. Entre ellas, a su patrona, a mi madre ya mí.
Yo, como era una niña pequeña y curiosa, le preguntaba cómo era el famoso duende. Marina me contaba que era un hombre chiquito, con un sombrero grandote. No sabíamos qué contenía la caja que quería obsequiar el duende, porque la joven jamás se quedaba en el patio cuando este hacía su aparición y nunca se le había ocurrido a la chica aceptar la famosa cajita.
Todos los que sabían de su existencia presumían que la caja podía contener oro o dinero y que posiblemente el espectro quería darle algo valioso, porque ella se ajustaba al perfil de mujer que le gustaba al duende: de cabello largo y negro, de ojos negros y grandes. La gente aconsejaba a Marina que ignorara al hombrecito, pero las apariciones seguían siendo diarias y solo terminaron cuando la muchacha dejó de trabajar en esa casa.