Hace más de sesenta años, la gente de Otavalo acudía al Socavón a bañarse en las aguas de este subterráneo manantial. Cuenta doña Angelita Rodríguez Hidalgo que era costumbre ir los domingos en la madrugada a Misa para luego, a las cinco de la mañana, bañarse en el Socavón.
Allí, la gente se daba el mejor de los baños de aseo y disfrutaba de esas aguas cristalinas y puras, más calientes que el ambiente exterior. El Socavón, por tanto, era el balneario popular de la ciudad, frecuentado no solo por mujeres, sino por toda clase de personas.
La gente mayor decía que no era bueno ir al Socavón, a las doce de la noche, porque allí se oían cosas raras a esas horas. Una vez, un borracho que pasaba por el lugar, justo a medianoche, escuchó voces y risas de mujeres que provenían del interior del Socavón. Cuando entró, vio que el lugar estaba totalmente desolado. En ese preciso instante, el ambiente se tornó pesado y un frío infernal le recorrió el cuerpo. Del susto, se le pasó la borrachera y como pudo, salió corriendo hacia su casa.
Cuando edificaron la capilla y colocaron a la Virgen de Monserrate sobre una roca, en el interior del Socavón, cesaron los ruidos y las voces extrañas.
Informante
1 Angelita Rodríguez Hidalgo (Tumbaco: 1925) reside en Otavalo desde 1952. Sus primeros recuerdos vienen del barrio Punyaro, a donde fue a vivir cuando recién se había casado. Vivió la época de esplendor de la Fuente de Punyaro, donde iba junto con su esposo, don Ángel Rueda Encalada, a distraerse los días domingos. Era el lugar donde las vecinas, al caer la tarde, le contaban leyendas que he escuchado de sus familias y de sus amigos.