Fuente Oral: María Elena Olmedo
Recopilación: Dorys Rueda
Otavalo, 2019

 

Sucedió en unas vacaciones de la escuela. Tenía menos de 10 años y mis padres me dado permiso para viajar de Quito a Otavalo para visitar a mis tres primos que tenían mi misma edad y vivían justo frente al antiguo Mercado 24 de Mayo.

¡Cómo disfrutaba de esas vacaciones!

Me apasionaba leer las revistas que alquilaban en un puesto del mercado: La mujer maravilla, Juan sin miedo, Kalimán, Superman… También me gustaba jugar fútbol con mi primo; yo era quien tiraba los penales, en una cancha que habíamos improvisado en la calle Modesto Jaramillo que, en ese entonces, no era concurrida y, por tanto, era segura.

Los domingos iba al cine con mis primos, en compañía de Susana, la empleada de confianza de mis tíos, que tenía el deber de cuidarnos en todo momento. Nos gustaba ir al Teatro Apolo a ver la película que no estaba autorizado, en la función de la noche. Era la mejor aventura que teníamos. Íbamos bien arregladitos y peinaditos, lo mejor que podíamos. Entrábamos, cuando las luces estaban ya apagadas y la película había comenzado. Entonces, nos empujábamos unos a otros y hacíamos ruido hasta conseguir asientos.

En una ocasión, cuando la película que veíamos estaba por terminar, sentí que algo me golpeaba los pies. Como sabía que mis primos y Susana estaban a mi lado, ni siquiera presté atención. Sin embargo, los golpeteos se hicieron más frecuentes y ahora sí, me molestaron. Traté de acurrucarme en mi asiento, pero los golpes no cesaban. Con el rabillo del ojo, miré que venían de alguien que estaba sentado junto a mí. Regresé a ver y sin poder controlarme, agarré la mano de la persona que estaba a mi lado. Entonces, me topé con un hombre pequeño, de sombrero grande, con unos ojitos chiquitos y una sonrisa burlona. Me quedé paralizada del terror. En ese instante, la película terminó, las luces se prendieron y el hombre diminuto que estaba a mi lado, desapareció por arte de magia. En ese preciso momento, recordé lo que mi abuela me había dicho tantas veces: "A las ojoncitas de pelo largo, les sigue el duende". Las marcas en mis tobillos tardaron días en desaparecer.

Para mí, Otavalo siempre tendrá un encanto especial. Ya de profesional, regresé a esta hermosa ciudad, en mi año de rural. Recordé, entonces, todos los felices momentos que había vivido allí. También, el fugaz encuentro con el duende, episodio que todavía me hace estremecer. A pesar de ello, me da tristeza saber que el Teatro Apolo ya no existe.

 

Portada: https://pixabay.com/es/sombrero-de-copa-sombrero-de-duende-2130422/

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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