Hace muchos años, en Otavalo, en el mes de junio, mi hermana menor preparaba sus exámenes finales con sus compañeras para poder graduarse.
Terminar la secundaria, en lugar de ser una alegría para el grupo de estudiantes de esta promoción, era una tristeza, ya que habían perdido a una compañera de estudios, quien había fallecido trágicamente. Las chicas dejaron todo de lado y permanecieron acompañando a la familia en el funeral.
Irónicamente, el mismo día, en mi casa, se vivía un gran acontecimiento familiar. Estábamos en los preparativos de la boda de mi hermana mayor. Ella se probaba su vestido de novia una y otra vez, hasta que el filo del vestido terminó por mancharse con una leve franja de polvo.
El traje debía viajar con la novia al siguiente día hacia Quito, donde se celebraría la boda, por lo que fue una buena idea lavar el filo del vestido sin sus recubrimientos interiores. Al quedar la leve tela expuesta, debía secarse muy rápido, pensaba mi mamá, quien había dejado abierta la ventana y la puerta del baño para que entrara el aire de la noche y así, la tela se secara pronto. El vestido quedó colgado de un armador en el tubo de la ducha. Era una gasa de nube en el viento, de seguro estaría seco en la mañana.
Ya entrada la madrugada, mi hermana menor que había regresado del velorio, pensativa y triste, decidió entrar al baño para luego ir a dormir. ¡Qué gran susto se llevó, al mirar un cuerpo sin cabeza que volaba en la mitad del baño! El grito fue estruendoso y despertó a toda la casa. Había visto a un fantasma y ya lista para el desmayo, alcanzó a escuchar que alguien le decía: “Es el vestido de novia, es el vestido de novia…”
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