Por: Alfonso Martínez de la Vega
Hacia fines del siglo pasado, y quien sabe desde cuando había mucha fama en el vulgo de nuestra ciudad, sobre las muchas cosas que venían sucediéndose, una tras otra, con la consabida alarma y curiosidad para todos los creyentes, de los muchos aparecidos de los ruidos que se producían, ni más ni menos, por seres que no se acomodaban a vivir en el olvido de ultratumba y con el silencio de los cementerios; y, mal que les pese a los mortales, salían por las noches a poner sus notas de miedo y terror, especialmente a la gente menuda y a los trasnocheros enamorados, o a los amigos del milagroso Baco.
De estas circunstancias se aprovecharon nuestros mayores para conseguir que cesara el llanto de los niños “emperrados” o para que hiciesen prontito los mandados; para que no salieran las noches a las calles porque “les ha de salir el cuco”, la luterana, o el travieso duende, la vergonzante, y otras cosas más.
En este panorama de fantasmas de nuestra ciudad de Ibarra, se entretejían muchas fábulas; una de ellas era precisamente, LA VERGONZANTE DEL PRETIL.
Veamos lo que se decía de este fantasma nocturno: en el pretil de la Iglesia Catedral, pasadas las siete de la noche y como en ese lugar reinaban las sombras oscuras donde no llegaban las mortecinas luces de los faroles, situados en los portones de las casas bajitas y sencillas del lado oriente del parque, se veía una figura todo ella vestida de negro, su rostro cubierto por un velo que permitía ver por dos orificios abiertos a la altura de los ojos.
Esta alma en pena, o un fantasma desconocido, desde la hora indicada, estaba frente a la puerta principal de la Iglesia Catedral, de pie, con los brazos abiertos en cruz, haciendo repetidas genuflexiones, y luego de estar un buen momento de rodillas, se encaminaba, sabe Dios por donde, con paso solemne y mezclándose con las sombras nocturnas.
Como a estas horas aún permanecían despiertas nuestras gentes de aquellos tiempos memorables, de repente en los anchurosos zaguanes penetraba esta figura miedosa y con una campanilla de plata, muy chica, daba su consabido… ” ¡Chilín!... ¡Chilín!...” Cuando algún mozalbete curioso salía por ver quién tocaba campanillas, retornaba a las faldas de la buena madre echando gritos de terror: ¡La vergonzante, mamá! ¡La vergonzante…! … ¡Huíii!
Los circunstantescallaban, pero mantenían el secreto.
La abuelita, persona más bien dispuesta, salía al zaguán y oía estas voces cavernosas, decir: “Una santa caridad. Una limosna por amor de Dios…” En tanto extendía una mano descanada hacia la buena persona que se había atrevido a poner unas monedas en el fondo de un negro bolso que le presentaba…
Pero quien no sabía nada del truco, y peor si era visitado por primera vez, se daba prisa en sacar este fantasma del zaguán a golpes de Rosario o mediante exclamciones de la Magnífica y luego correr la fuerte aldaba del portón a que no regresara la intrusa figura.
Entiéndase bien que solamente las casas de los pudientes eran sorprendidas por las visitas nocturnas de este extraño personaje.
Había curiosidad en muchos parranderos por saber de qué mismo se trataba. No faltó quien la siguió a hurtadillas, para tomar las de Villa-Diego, al oír el argentino repiqueteo.
Por los años de 1900 sucedió un caso muy curioso: una buena noche, unos de tantos trasnochadores pasaron sus horas en la popular cantina llamada “El Puerco Arévalo”, bebiendo unos cuantos tragos y jugando a la tradicional “baraja”. Pues bien, uno de estos jugadores y borachito en ciernes, un joven de familia distinguida, temeroso por los castigos de su padre si es que se pasaba un poco más de la hora de entrada a la casa, abandonó la cantina y se dirigió, por la carretera Atahualpa hacia arriba.
Pues… he ahí que le sale la Vergonzante del Pretil, al voltear una esquina… Un momento de suspenso… La misma mano descarnada conteniendo el negro bolso… Las oídas palabras de difunto: “Una limosna… jovencito”…
¡Santo Dios!... Los pelos de punta en la cabeza… Mudo… pierde el control y da unos cuantos pasos de retro, como esquivando la acometida del negro figurón… Se detiene… y como traía unos cuantos tragos en la cabeza, toma valor y la coge con manos fuertes, y tirándole al suelo, le obliga a decir si es de esta vida o de la otra, so pena de zamparle unos cuantos plomos en la cabeza con el revólver que sacó a lucir el caballerito trasnochero.
¡No! … ¨¡No me mate…! …¡No me mate por Dios! “Soy una infeliz… mu… no pudo terminar estas palabras, porque el joven echó tremendas carcajadas al acercarse y ver el rostro descubierto de la Vergonzante… Se reía tanto conociendo de quén se trataba y dónde vivía. Soltó también unas pocas monedas en el bolso. Le pide perdón mientras la alzaba en vilo del suelo…
Nuestro borrachito siguió el camino pensando en que las tales vergonzantes, no eran otra cosa que mujeres muy pobres, pertenecientes a la clase media, quienes, no pudiendo pedir descaradamente su limosna para el diario sustento, acudían a este disfraz que infundía miedo a muchos y ponía en quema temprana a los muchachos.
Esta fue la tradición de la Vergonzante del Pretil de la Catedral…
Leyendas y Tradiciones de Ibarra, Editora Porvenir, Centro de Ediciones Culturales de Imbabura, 1988.
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