Era un 21 de Junio, hace muchísimo tiempo atrás. La luna iluminaba los senderos de los bailarines y músicos del Inti Raymi durante su transitar nocturno por las comunidades otavaleñas, justo cuando la gente iba a las vertientes de aguas energéticas y de purificación para efectuar el ritual del baño, como un gesto de agradecimiento al sol y a la madre tierra por la cosecha brindada durante el año.
La morada de taita José María se había convertido en un punto de encuentro para un grupo de sanjuaneros y sus esposas. Este acogedor hogar, perteneciente a la comunidad de las 4 Esquinas, en ese entonces, brindaba alimentos como la mazamorra, cuy, mote y la sagrada chicha de jora con puntas de Intag, a cada uno de los integrantes, quienes a su vez afinaban los instrumentos musicales, antes de empezar la celebración del Inti Raymi.
Los hombres aparentemente cubrían sus rostros con aya humas, caretas o sombreros y vestían pantalones de tela de algodón blanco, rayados con cintas de colores. Llevaban consigo guitarras, flautas, rondines, churos, cachos, gaitas gruesas y blancas, quenas y banderas de colores. Mientras sus mujeres lucían camisas blancas con bordados coloridos, anacos, rebosos, fachalinas, humahuatarinas de lana de oveja, sombreros blancos y a sus espaldas, cargaban a sus hijos pequeños o los quipis para almacenar la comida restante que les brindaban en las casas de las comunidades.
Los voladores resonaban una y otra vez con fuerza en medio de la oscuridad y taita José María, como capitán de los bailadores sostenía en sus manos un antiguo acial heredado por su abuelo para dirigir al grupo. También tenía un churro que soplaba, produciendo un sonido grueso y afanoso como casi anunciando que la Fiesta acababa de empezar.
Hombres y mujeres se alejaban del punto de concentración y avanzaban su camino bailando en círculos hacia la comunidad de Larcacunga, zapateando con fuerza para conectarse y sentir el corazón de la Pacha Mama.
Entre la tupida vegetación y el estrecho camino, a unos pasos de la Fábrica “La Joya”, mama Mercedes, esposa de taita José María, empezaba a sentir algo anormal en el ambiente. Desde la loma trasera de la Fábrica, un misterioso hombre gigante de aproximadamente tres metros de altura que tenía un tabaco largo en su boca, lanzaba una especie de humo espeso a la atmósfera y se deslizaba entre los árboles en dirección al grupo.
Mercedes se fregaba una y otra vez los ojos, no podía creer lo que estaba mirando. Rápidamente se acercó a su esposo y le pidió que se fregara bien los ojos antes ver lo que ella había presenciado. Efectivamente, aunque la oscuridad de la noche impedía mirar el rostro de ese terrorífico personaje, José María avisó a sus acompañantes lo que estaba viendo, quienes huyeron horrorizados del lugar.