Fuente oral: María Angelita Rodríguez Hidalgo
Recopilación y Transcripción: Dorys Rueda
Otavalo, marzo 2018.
Ocurrió hace más de 65 años, en la tranquila ciudad de Otavalo, cuando la Sra. Angelita Rodríguez Hidalgo vivía en el conocido barrio de Punyaro. Era un tiempo en que las tradiciones y las leyendas se entrelazaban con la vida cotidiana y las advertencias de los mayores eran tomadas muy en serio por la mayoría de la gente, excepto por aquellos que, como doña Angelita, preferían no creer en historias de fantasmas y apariciones.
La Fuente de Punyaro, un lugar que los domingos solía estar lleno de vida, se transformaba en un sitio desolado y misterioso el resto de la semana. Las mujeres del barrio bajaban a la fuente para lavar la ropa, aprovechando la frescura del agua que corría por las piedras. Sin embargo, se decía que, en las primeras horas de la mañana, cuando aún la oscuridad no había cedido del todo, una presencia extraña rondaba el lugar.
Don Miguel Rueda, el suegro de la señora Angelita, era uno de los que creía firmemente en estas historias. Le había advertido en repetidas ocasiones que no bajara a la fuente tan temprano, porque cosas extrañas sucedían en ese lugar cuando la noche comenzaba a desvanecerse. “En la madrugada, el diablo se pasea por las aguas y toma formas que los ojos humanos no deberían ver”, le decía con seriedad. Pero doña Angelita, que no se dejaba asustar fácilmente, hacía caso omiso de las advertencias, convencida de que eran solo cuentos de la gente mayor.
Un día decidió salir a lavar la ropa antes de las 5 de la mañana. Mientras sacaba las prendas de los canastos, algo inusual llamó su atención. A lo lejos, entre las sombras de la madrugada, vio la figura de un animal. Al principio, pensó que se trataba de un perro o de un gallo desorientado, pero a medida que esa presencia se acercaba, se dio cuenta de que era una inmensa gallina negra.
El ave revoloteaba entre las aguas de la Fuente con movimientos extraños, como si estuviera buscando algo o alguien. La señora Angelita, a pesar de su escepticismo, comenzó a sentirse inquieta. Una sensación de frío le recorrió su espalda. La gallina negra continuó acercándose y cuando finalmente pasó frente a ella, dejó de revolotear y la miró directamente. Doña Angelita, paralizada por el miedo, observó con horror cómo el animal abría su pico y, en lugar de cacarear como una gallina normal, comenzó a ladrar como un perro rabioso. El sonido era grotesco, antinatural y resonó en sus oídos como una advertencia de otro mundo.
Aterrada, doña Angelita dejó caer la ropa que tenía en las manos y retrocedió, sin apartar la vista de la gallina que, tras un último ladrido, desapareció entre las aguas de la fuente como si nunca hubiera estado allí. Sin mirar atrás, la señora Angelita corrió de regreso a su casa, con el corazón latiéndole muy fuerte.
Cuando llegó, le relató a su suegro lo ocurrido. Él, con una expresión seria y reflexiva, le dijo: “Se lo advertí, Angelita. El diablo suele presentarse de manera que nadie imagina. No debería haber salido tan temprano. En la madrugada lo que se ve no siempre es lo que parece”.
Desde aquel día, doña Angelita nunca más se atrevió a lavar la ropa antes del amanecer. Aunque jamás volvió a encontrarse con la inquietante gallina negra, la experiencia le dejó una valiosa lección: siempre hay que respetar las advertencias de los ancianos.
Con el tiempo, la historia de la gallina que ladraba se convirtió en una de las leyendas que la señora Angelita compartía con sus vecinas, como un recordatorio de que hay fuerzas misteriosas en el mundo que es mejor no desafiar.
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AUDIO: LA GALLINA NEGRA