Todas las mañanas, al primer canto del gallo, José, el hijo de Clementina tomaba sus vacas del corral y se dirigía a pastarlas a las orillas del Lago San Pablo. Mientras tanto, su madre y nuera Sisa realizaban tareas agrícolas y quehaceres domésticos. Al parecer todo era normal dentro del hogar, pero las misteriosas desapariciones de Sisa entre los extensos de maizales, sobre todo en época de choclos, causaban intriga en la madre de José.
Un día, la curiosidad de Clementina se desató, quería saber que hacia su nuera durante todo el día entre el cultivo. Intrigada, tomó un machete y se escondió detrás de los altos bultos de leña que estaban a un lado de la casa.
Como era de esperarse, José se despidió de amada esposa para encaminarse por el pequeño chaquiñán a cumplir sus labores diarias. Sisa, cerciorándose que nadie la viera, se dirigió rápidamente hacia el sembrío.
Clementina, cautelosamente la siguió por detrás, pero esta, despareció rápidamente entre los maizales sin dejar rastro alguno.
Clementina miraba fijamente en todas las direcciones y al observar las grandes y abundantes mazorcas de choclo, recordó que a su nuera le encantaba el choclotanda, así que decidió deshojar algunos para la cena y deshierbar la maleza del cultivo.
Al deshojar la última mazorca, encontró un gusano grande, verde y muy gordo que comía del grano tierno con gusto, en seguida la mujer boto el maíz al suelo y aplasto al bicho con el pie hasta que muriera.
Luego de pasar todo el día en el cultivo, al empezar a ocultarse el sol, la vieja mujer retorno a casa, prendió fuego a la tulpa y colocó una olla llena de mazorcas con agua. La noche comenzaba a caer, los perros aullaban con fuerza y el rostro preocupado de Clementina se hacía notar al no ver llegar a su nuera.
De repente, alguien tocó la puerta, era José, quien al no ver a su esposa preguntó por ella.
Su madre respondió que no la había visto en todo el día ¡Desapareció entre los matorrales, desde entonces no sé nada de ella! Exclamó.
El hombre rápidamente tomó un poncho y un candelabro, corrió hacia los matorrales gritando el nombre su esposa e imaginándose lo peor.
En la más espesa y ambulante maleza, sobre una gran cantidad de hojas de maíz que permanecían regadas en el suelo, reposaba el cuerpo de Sisa, se podía evidenciar sangre en todo su rostro y trozos de maíz crudo en su boca. José se acercó hacia el cuerpo y al constatar que no tenía vida, lloró con gritos de dolor.
Mi abuela Mercedes cuenta que alguna vez existió una mujer de nombre Sisa, que se convertía en gusano para degustar del maíz que brinda la pacha mama en la época de Florecimiento “Pawkar Raymi”. Desgraciadamente Sisa tuvo un trágico final.
¡Si encuentras un “Jachun” en el maíz, nunca le hagas daño, podría ser otra Sisa que está degustando del choclo!, exclamó mi abuela.
Ilustración: Diego Campo -Técnica Acuarela