El Huiña Güilli del puente El Tejar
Otavalo, hace muchísimos años, era un pueblito de pocas familias, donde todos se conocían, más por los sobrenombres que por los mismos nombres o apellidos. Las casas eran pequeñas y sus calles estaban cubiertas de polvo. Muchos de los habitantes trabajaban en el campo, otros, en las haciendas que estaban cerca del pueblo.
Una noche, cierto otavaleño regresaba precisamente de una hacienda, donde había trabajado por tres días. Se dirigía al pueblo en un caballo negro, al que animaba para que fuera más rápido. Tenía que apresurar el paso, pues no quería llegar a la casa a la medianoche. Esa hora era siempre "pesada".
Lamentablemente, cuando llegó al puente del Tejar, dieron las doce de la noche. El hombre se puso inquieto y un escalofrío le recorrió el cuerpo. El caballo, poco a poco, disminuyó la velocidad, hasta detenerse por completo en la mitad del puente.
El hombre no sabía qué hacer. Se bajó del caballo para ver qué le había sucedido al animal. En ese preciso momento, divisó un bulto que estaba a unos pocos pasos. Al acercarse, miró que se trataba de un niño recién nacido, envuelto en una tela. Asumió que lo habían abandonado y por esta razón, lo alzó y le acarició la cabecita con dulzura. Después, lo colocó bajo su poncho y regresó donde estaba parado el jamelgo.
Cuando iba a subir al caballo, el pequeño comenzó a reírse de manera estridente. Esto le llamó la atención, porque ningún recién nacido podía reírse de esa manera. Descubrió al niño para ver qué le pasaba y lo que vio, lo dejó sin palabras. El niño había cambiado, en un abrir y cerrar los ojos, había crecido y ya tenía dientes. Con voz de hombre adulto, le dijo: "Papá ya tengo dientes, papá ya tengo cabello, papá ya tengo uñas grandes".
El hombre se quedó paralizado del miedo, pues no podía dar crédito a lo que escuchaba. El niño volvió a hablar, pero esta vez su voz era de ultratumba: "Papá, acaba de salirme cola y cuernos. En ese momento, el hombre, del susto, soltó al infante y este cayó al suelo y desapareció. El sujeto entonces se santiguó, porque se había topado con el mismo demonio que había adoptado la figura de un niño.
Llegó a su casa, más muerto que vivo, con el caballo que casi no quería caminar. Al siguiente día, el animal murió.
Informante
Luis Ubidia (Otavalo: 1913-2000)
Fue un maestro prestigioso que comenzó su carrera docente en 1935 en San Pablo de Lago, en la escuela Cristóbal Colón. Después pasó a la escuela 10 de agosto de la ciudad de Otavalo, plantel donde había estudiado su educación primaria. En 1936, viajó a Quito para trabajar en la Anexa del Normal Juan Montalvo. En 1970, después de una ardua y fructífera laboral como profesor, acogió a la jubilación y el poder articulista en los medios escritos de la provincia de Imbabura, con un claro enfoque de justicia y rectitud en los temas de la vida local del cantón Otavalo. Escribió también artículos de investigación científica y notas poéticas. Tiene 28 publicaciones
Hilda Ubidia, comunicación personal, 14 de enero de 2016.