Cerbero, en la mitología griega, era el perro del dios Hades, rey del Infierno. Era un animal de tres cabezas que tenía una serpiente en lugar de la cola. La misión que tenía era cuidar la puerta del Inframundo. Debía estar alerta para que ningún espectro o muerto pudiera salir del Infierno y a la vez, ningún vivo pudiera cruzar las puertas del Hades.
Desde tiempos inmemorables, los perros negros, grandes y de ojos terroríficos, en distintos países y culturas, están ligados a lo fantasmal y a lo diabólico. Estos canes negros, dentro del folklor europeo y americano, con distintas variantes, también representan la muerte. Quienes los veían, irremediablemente, estaban destinados a morir tarde o temprano.
El cadejo, en algunas zonas de Centroamérica, es un animal legendario. Se cuenta que es un perro (o dos) que tiene poderes sobrenaturales y, por lo general, se aparece a las personas que deambulan a altas horas de la noche. Asusta a los trasnochadores callejeros y les da un escarmiento por su conducta poco ejemplar.
El Carbunco de Otavalo era un perro diabólico. Negro y pequeño, tenía una estrella en la frente, cuya luz podía dejar ciego a cualquier ser humano.
Una noche, cerca de las doce, un hombre regresaba a su casa a Otavalo. El vehículo que manejaba era grande y esa era una ventaja en la carretera. Ya cerca de llegar a la ciudad, vio una luz penetrante que le cegó y le hizo detenerse al instante. Se bajó del carro y, para sorpresa suya, se encontró con el Carbunco, el perro negrísimo e infernal del que se hablaba en Otavalo. Se subió rápidamente al carro y con las llantas delanteras atropelló al animal. El carro casi se voltea, pero por suerte pudo enderezarlo bien. Se bajó de la camioneta para cerciorarse de la muerte del can, pero cuando lo hizo, no encontró rastros del Carbunco.
Sin comprender lo que le había ocurrido, emprendió nuevamente la marcha, pero a los pocos minutos, divisó nuevamente al animal. Sin pensar dos veces, aceleró el vehículo y volvió a pasar sobre el cuerpo del can. Se bajó otra vez para comprobar su muerte, pero no había rastros del perro.
Preocupado, siguió conduciendo, pero a los pocos minutos volvió a ver al Carbunco. Esta vez estaba sentado cerca de una peña. “En esta ocasión, no fallaré”, se dijo, dándose fuerzas.
Cada vez que el carro se acercaba al animal, este retrocedía y se alejaba más.
-¡Qué pasa!, exclamó con angustia. ¡Madre mía, ayúdame!, alcanzó a decir.
Estas palabras fueron su salvación, porque la Virgen María las escuchó y detuvo el vehículo, justo cuando este iba a rodar al precipicio.
Informante:
1 Ángel Rueda Encalada (Otavalo: 1923-2015) fue un autodidacta que impulsó la modernización de la ciudad de Otavalo y logró cambios enormes para su ciudad, como la automatización de los teléfonos, la construcción del Banco de Fomento, la llegada del Banco del Pichincha, la edificación del Mercado 24 de Mayo, la construcción de la Cámara de Comercio, la reparación del templo El Jordán y la reconstrucción del Hospital San Luis. Por décadas fue benefactor de las escuelas Gabriela Mistral y José Martí. Fue fundador de varias instituciones de la ciudad, de donde desplegó su actividad a favor de la comunidad. Fue presidente de la Sociedad de Trabajadores México y del Club de Tiro y Pesca. Formó la Cámara de Comercio, trabajó para ella y fue su Presidente Vitalicio.
(M. Esparza, presidente de la Cámara de Comercio de Otavalo, comunicación personal, julio 12, 2015).
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