Hace muchísimos años, una joven panadera que había terminado su jornada a las 12 de la noche iba con mucha prisa, porque recordaba lo que su madre siempre le había advertido: “Que no debía detenerse en ningún sitio de la ciudad a la medianoche". Para sorpresa suya, en el camino, surgió de un agujero un hermoso mono. La muchacha trató de atraparlo, pero el animal dio tal salto que se le escapó. Cada vez que la joven trataba de atraparlo, el mono saltaba y la muchacha estallaba de risa, pues no había visto un ser tan simpático como aquel.
La joven se olvidó de la hora y sin darse cuenta, en lugar de caminar hacia su casa, se alejaba cada vez más de ella. El animal se había hecho ya su amigo y le había brindado una banana que la chica no supo de dónde había sacado. Entre risas, intentaba agarrarla, pero el mono la escondía rápidamente tras su espalda.
Después cruzaron un terreno donde había plantas de moras, con las frutas al alcance de ambos. El animal intentó arrancar todas las moras que veía: las verdes, las maduras, las grandes y las pequeñas, pero su amiga no se lo permitía. Le sostenía de la cola y no le dejaba moverse. Cuando el mono intentaba nuevamente hacerlo, la chica volvía a inmovilizarlo.
Entre juego y juego, no se percató de que el animal la llevaba hacia el molino, lugar donde la gente de Otavalo contaba que habitaban el demonio y el duende, donde las personas que pasaban por allí desaparecían sin dejar huellas.
La noche avanzaba y el camino se volvía cada vez más oscuro y solitario. El sonido de sus pasos se intensificaba y cada crujido parecía anunciar un peligro oculto. Mientras caminaba, el paisaje cambiaba, los árboles se hacían más densos y las sombras más alargadas, como si estiraran sus brazos para tocarla. El aire empezó a enfriarse rápidamente y un viento sutil empezó a soplar, llevando consigo susurros que parecían voces distantes, advirtiéndola de seguir adelante. Ahora tenía la sensación de que algo o alguien la observaba, haciendo que el corazón le latiera con fuerza en el pecho. Sin embargo, la curiosidad y la presencia tan encantadora del mono juguetón la empujaban más allá del miedo. Ella seguía al animal, casi hipnotizada por su figura ágil que saltaba adelante, siempre manteniéndose a una distancia que le obligaba a seguirlo.
Cuando faltaban algunos pasos para llegar, la joven panadera vio que el mono había desaparecido y en su lugar, de pie, a su lado, entre la oscuridad, estaba una sombra infernal que no era de esta vida. El ambiente entonces se volvió pesado y un escalofrío le recorrió el cuerpo. De la risa, pasó al pánico y salió huyendo del lugar, sintiendo cómo la sombra le perseguía durante todo el trayecto.
Corrió sin mirar atrás, tropezando con sus propios pies. Finalmente, agotada por la manera cómo había corrido y el terror que había consumido cada fibra de su ser, llegó a su casa. Se apoyó en la puerta, jadeante, tratando de insertar la llave en la cerradura, pero sus manos temblaban tanto que no pudo. Antes de que pudiera intentarlo de nuevo, el agotamiento y el pánico se apoderaron de ella y perdió el conocimiento, desplomándose en el umbral.
Así permaneció por unas horas, tendida en el suelo frío. Fue entonces cuando los vecinos la descubrieron. Alarmados, acudieron a su ayuda, levantándola con cuidado para asegurarse de que no tuviera heridas graves. Poco a poco, con susurros y palabras tranquilizadoras, lograron que recuperara la consciencia. La joven, aún en estado de shock, solo pudo murmurar sobre la sombra infernal que la habían seguido.
Desde ese día, el terror la marcó profundamente y siempre buscaba la compañía de alguien cuando salía de su trabajo a medianoche. Cada sombra que veía le recordaba al aterrador espectro y la noche en que había comprendido cuán delgada es la línea entre el mundo conocido y los secretos que se esconden en la oscuridad. Este pensamiento constante la llevaba a mirar sobre su hombro frecuentemente, inquieta ante el más mínimo susurro del viento o crujido en la oscuridad.
Ángel Rueda Encalada (Otavalo: 1923-2015)
Fue un autodidacta que impulsó la modernización de Otavalo, logrando grandes avances para la ciudad. Entre sus logros más destacados se encuentran la automatización de los teléfonos, la construcción del Banco de Fomento, la llegada del Banco del Pichincha, la edificación del Mercado 24 de Mayo, la construcción de la Cámara de Comercio, la restauración del templo El Jordán y la reconstrucción del Hospital San Luis.
Durante décadas, fue un generoso benefactor de las escuelas Gabriela Mistral y José Martí. Además, fue fundador de varias instituciones clave para la ciudad, desde las cuales desplegó una incansable labor en beneficio de la comunidad. Se desempeñó como presidente de la Sociedad de Trabajadores México y del Club de Tiro, Caza y Pesca. También formó la Cámara de Comercio, trabajando activamente para ella y siendo nombrado su presidente vitalicio.
- Esparza, presidente de la Cámara de Comercio de Otavalo, comunicación personal, julio 12, 2015).