Mercedes Salazar, de la parcialidad de La Compañía, cuenta que un día, hace pocos años, se acercó a su esposo, Pedro Potosí, para decirle que se fuera a la “cocha", esto es, a la Laguna de San Pablo, a cuyas orillas quedaba la parcialidad, a sacar hierba para dar de comer al ganado.
Era ya el mediodía y Pedro seguía indolente, pensativo, recostado en el corredor de la choza, sin ánimo ni deseo de hacer nada. Así le había notado su mujer desde la víspera y esto le preocupaba y disgustaba a la vez. Era una conducta incomprensible, nada común entre los indios y más aún en su esposo, que siempre se había distinguido por su industriosidad.
Pedro Potosí pareció ni oír a su mujer que le pedía que fuera a la cocha a sacar hierba para el ganado. Ella entonces perdió la paciencia y muy disgustada le increpó su ociosidad y su abandono. Pedro, como volviendo de un sueño, llamó a su mujer que se alejaba, y le dijo que desde el día anterior no se había sentido bien, que algo extraño le pasaba, que sentía mucho miedo, sin saber por qué, ni de qué; que “nunca se había espantado su corazón de esa manera”.
Sin embargo, y a pesar de todo, le prometió que iría a la laguna a sacar la hierba para el pobre ganado que no había comido desde la víspera, tan pronto como pasara el “chaupi puncha”, esto es, el medio día, que es una hora mala para la gente porque es propicia para las apariciones. Sentía un miedo grande y mucha repugnancia de ir al lago; pero el ganado necesitaba comer y tendría que ir de todas maneras.
Pidió a su mujer que le pasara el “shayay”, o sea el palo largo con una hoz amarrada en un extremo, con el cual sacan la hierba que crece en el fondo del lago, cerca a la orilla. Armado del shayay y en compañía de su mujer se dirigió a la cocha. Al acercarse al lugar de donde pensaban sacar la hierba vieron que alguien estaba bañándose. Eran ya pasadas las doce del día y había comenzado a lloviznar. El que se bañaba, tan pronto les alcanzó a divisar, se fue internando más y más en la laguna. Luego, en un momento levantó las piernas, se sumergió de cabeza en el agua y por más que espiaron y esperaron no volvieron a verle aparecer por ningún lado. Esto asustó a los indios, pero a pesar de ello Pedro dio comienzo a su trabajo.
Con el calzoncillo arremangado y con el agua hasta más arriba de las rodillas, introducía el shayay, hurgoneaba un poco y tiraba luego con fuerza, sacando así la hierba que se enredaba en la hoz y que pasaba a su mujer, que la iba amontonando en la orilla.
Pasado algún tiempo y cuando Pedro se sentía ya un tanto cansado, tiró del shayay y le pareció que se había enredado en algo extraño porque no quería salir. Tiró con todas sus fuerzas, pero no tuvo éxito. Volvió a ensayar y el resultado fue el mismo. Llamó entonces a su mujer para que le ayudara explicándole que en algo se había enredado el shayay. Tiraron junto y sólo después de varios intentos infructuosos y de mucho esfuerzo lograron sacarlo. Horrorizados vieron que en la hoz estaba enredado un animal que parecía perro y tigre a la vez y que les miraba con ojos de fuego, forcejeaba por libertarse y parecía querer lanzarse contra ellos. Los indios, paralizados por el miedo gritaron y soltaron el shayay. En ese momento el perro tigre logró escaparse, se metió de cabeza en el agua y desapareció.
A los pocos días de este suceso Pedro Potosí murió. Ni el brujo que vino a verle pudo decir de qué moría. Su viuda está convencida que murió de la impresión recibida aquella tarde en el lago y que ella tiene la culpa porque le obligó a hacer algo que el mismo corazón le prevenía no debía hacer.