Hace muchísimos años, cuando en Otavalo había una sola iglesia, vivía un sacristán que era tremendamente pícaro. Los domingos esperaba afuera del templo a que llegaran las chicas jóvenes y cuando estas pasaban por su lado, les lanzaba una serie de piropos que les hacía sonrojar y apresurar el paso.
Dentro de la Iglesia, evitando que los padres de las jóvenes lo vieran, les guiñaba un ojo y al menor descuido, las quería pellizcar. Cuando las muchachas salían del santuario, las silbaba para llamar su atención, aunque ellas nunca regresaban a verle. Los que sí volteaban la mirada eran sus hermanos. Entonces, el pícaro les decía: “Hola, cuñados”, en voz alta, para que todos escucharan. Los que sí volteaban la mirada eran los hermanos de las muchachas. Entonces, el pícaro les decía: “Hola, cuñados”, en voz alta, para que todos escucharan.
El hombre era tan pícaro que, cuando veía a los borrachos en la calle, en la madrugada, haciéndose el samaritano se ofrecía a acompañarlos a sus casas. Cuando llegaban y querían abrir la puerta, el hombre les sujetaba fuertemente del saco y luego, les amarraba con una cuerda al poste de la luz. A las siete de la mañana, el pícaro volvía por el lugar y, haciéndose el bueno, avisaba a las mujeres que sus maridos estaban pegados al poste. La diversión para él era grande, cuando las pobres señoras, atónitas, contemplaban el dantesco cuadro.
La última actividad del pícaro era ir a la madrugada del tercer día de velación de algún muerto. Cuando los familiares y amigos del difunto se dormían, por el agotamiento de los días anteriores, el sacristán se dirigía al ataúd y sentaba al muerto en una silla y luego, se marchaba. Todo, para que alguien se despertara y viera al fallecido y se espantara de muerte.
Pero, para sorpresa suya, una madrugada, cuando estaba sentando a un hombre muerto, este se levantó de un solo tirón y mirándole a los ojos le dijo: - ¿Por qué no me dejas descansar? El pícaro, del susto, se murió en ese mismo instante.
Lo que ocurrió sirvió de mucho a la comunidad, dejó una enseñanza: ningún otavaleño debe burlarse ni de los vivos ni de los muertos.
INFORMANTE
Ángel Rueda Encalada
Otavalo 1923-2015
Fue un autodidacta que impulsó la modernización de la ciudad de Otavalo y logró cambios enormes para su ciudad, como la automatización de los teléfonos, la construcción del Banco de Fomento, la llegada del Banco del Pichincha, la edificación del Mercado 24 de Mayo, la construcción de la Cámara de Comercio, la reparación del templo El Jordán y la reconstrucción del Hospital San Luis.
Por décadas, fue benefactor de las escuelas Gabriela Mistral y José Martí. Fue fundador de varias instituciones de la ciudad, de donde desplegó su actividad a favor de la comunidad. Fue presidente de la Sociedad de Trabajadores México y del Club de Tiro, Caza y Pesca. Formó la Cámara de Comercio, trabajó para ella y fue su Presidente Vitalicio.