En Otavalo, Ecuador, persiste una antigua leyenda sobre los duendes, pequeñas criaturas misteriosas que habitan en las quebradas y cascadas cercanas a las zonas habitadas. De aspecto robusto y diminuto, estos seres suelen vestir con poncho, calzón y alpargatas, y siempre llevan un ancho sombrero de paja que les sirve como sombrilla, dándoles un aire pintoresco y singular.
Según cuentan los mayores, al caer la tarde, especialmente después de las seis, estos duendes deciden hacerse visibles para aquellos que atraviesan sus dominios. Es en ese momento, entre la penumbra y las últimas luces del día, cuando dejan entrever su naturaleza curiosa y juguetona. Les gusta observar a los transeúntes, especialmente si estos se aventuran cerca de sus refugios en las quebradas. Los duendes pueden aparecer de repente, detrás de un árbol o junto a una piedra, como si disfrutaran sorprendiendo a los viajeros.
Estos seres suelen sentirse atraídos por ciertas familias y, sin previo aviso, se instalan en sus hogares. Allí, inician una serie de travesuras: esconden objetos, cambian cosas de lugar y parecen disfrutar de las pequeñas fechorías que realizan. Si la familia logra ganar su simpatía, los duendes se quedan para siempre e incluso se mudan con ellos. Sin embargo, si alguien desea alejarlos, basta con deshacerse del objeto o alimento que captó su atención.
No todos los duendes son amigables; algunos tienen un carácter oscuro y disfrutan molestando de forma persistente, especialmente a los niños, a quienes persiguen y engañan, jugando con sus miedos y apareciéndose de repente para asustarlos, como sucede con el duende del Teatro Apolo. Sienten una especial fascinación por las niñas de cabello largo y negro y ojos grandes; se dice que, si logran cautivarlas, pueden llevárselas a sus escondites secretos, como las quebradas, casas antiguas, molinos, teatros o fábricas abandonadas. Estos lugares se convierten en sus refugios, donde conservan su aura de misterio y peligrosidad.
Pero durante la Navidad, aparece un duende distinto, un ser lleno de alegría y con un espíritu festivo que, lejos de asustar, inspira un sentimiento de magia en cada hogar. Este duende navideño es conocido por esconder pequeños objetos y mover las figuritas del nacimiento, como si quisiera añadir un toque de juego y sorpresa a la celebración. Según la tradición, su misión es asegurarse de que el espíritu navideño reine en cada hogar, llenando de magia y diversión los días de fiesta.
Tenía 8 años cuando mi madre me reveló la existencia del duende navideño. Aquella Navidad, mientras la ayudaba a armar el nacimiento en casa, noté que faltaba una recua de borreguitos que siempre colocaba junto al pesebre. Busqué por todos los rincones sin éxito y fue entonces cuando mi madre, con una sonrisa cómplice, sugirió que quizá el responsable de la desaparición era el duende navideño. Con ternura, me explicó que este pequeño travieso no escondía las cosas por maldad, sino para sorprendernos y recordarnos el verdadero espíritu de la Navidad: la alegría, el asombro y el amor por los pequeños detalles. Inspirada por sus palabras, retomé mi búsqueda, convencida de que, en algún lugar de la casa, el duende había dejado su escondite como una invitación a experimentar la magia de la Navidad.
La búsqueda de los borreguitos se transformó en una aventura emocionante. Cada rincón revisado estaba lleno de expectativas y sentía como si el duende me acompañara en silencio, observando mis movimientos y disfrutando de la sorpresa que él mismo había creado. Imaginaba su risa contenida mientras me veía buscar y, aunque me frustraba no encontrar los borreguitos, la emoción de descubrir su escondite hacía que valiera la pena. Finalmente, después de varios intentos, los encontré en un lugar insospechado.
"¿Ves?", dijo mi madre con una sonrisa al ver mi expresión de asombro tras encontrar los borreguitos. "Este duende no solo hace travesuras por diversión. Él cumple un propósito especial en Navidad. Observa las actitudes de quienes lo rodean y, si percibe egoísmo o falta de generosidad, actúa con pequeñas travesuras para que la familia reflexione y recuerde lo que realmente importa.
La mirada de mi madre se suavizó aún más y su voz adquirió un tono de ternura que solo empleaba cuando hablaba de algo realmente significativo. Acariciando mis cabellos, me dijo: "Cada año, este pequeño duende viene a nuestras vidas para recordarnos lo que realmente importa en Navidad. No se trata solo de regalos o de adornos hermosos, sino de compartir lo que tenemos, de abrir nuestros corazones y ser generosos con los demás."