Las leyendas son parte de la tradición oral de un pueblo, donde la fantasía se une con las creencias populares. Son historias que han pasado de generación en generación, como los cuentos y relatos sobre los duendes que, por lo general, son similares.
En algunas leyendas son considerados espíritus traviesos y pícaros, pero buenos e incapaces de hacer daño. En otros relatos adoptan figuras desagradables, son perversos y disfrutan haciendo maldades. Prefieren a las mujeres y a los niños, a quienes martirizan a través de pesadillas y enfermedades.
En la ciudad de Otavalo, según doña María Angelita Rodríguez Hidalgo, los duendes eran domésticos, vivían en las quebradas cerca de las zonas habitadas por los otavaleños. Eran pequeñitos de estatura, tenían cuerpo abultado y vestían poncho, calzón y alpargatas. Llevaban un ancho sombrero de paja, a manera de sombrilla. Así es cómo los veían las personas que pasaban por las quebradas, después de las seis de la tarde. Hora en que decidían hacerse visibles a la gente.
A los duendes no les gustaba pasar desapercibidos, manifiesta doña María Angelita. Cuando una familia les atraía, se instalaban en su casa para hacer travesuras, esconder objetos o cambiar de lugar las cosas. Disfrutaban grandemente de sus fechorías y si estaban a gusto en ese hogar, se quedaban por siempre; si las familias se cambiaban de ciudad, los duendes también se mudaban. Las personas que querían deshacerse de estos seres tenían que librarse de su centro de atención, de aquello que les cautivaba, fuera un objeto, un adorno o un alimento de la casa.
No tenían aficiones amorosas, acota doña María Angelita, pero les llamaba la atención las niñas de cabello largo y negro, de ojos grandes, a las que raptaban y llevaban a su escondite. También, les gustaba ir a las casas donde vivían niños que no habían sido bautizados.
Se aparecían a plena luz del día, cuando alguien ofendía la moral pública. Se mostraban, entonces, muy enojados y empezaban a tirar piedras a los enamorados que iban a las quebradas a retozar. No, para causarles daño, sino para asustarles y obligarles a cambiar su comportamiento. Sin duda, dice doña María Angelita, eran los mejores policías municipales de aquellos tiempos.
Con una sonrisa amplia recuerda que las madres otavaleñas de su tiempo mencionaban al duende, cuando sus hijos se negaban a obedecer. Con mucho convencimiento decían: "Si no haces esto o aquello, vendrá el duende y seguro te llevará con él".
Amparito Benítez, una otavaleña que quiere mucho a su tierra, también recuerda al duende. Cuando estudiaba en la escuela Gabriela Mistral, algunas niñas aseguraban haber visto al mismísimo duende en el terreno entre la quebrada y la escuela.
Ciertas profesoras que perseguían a las alumnas para que ingresaran a las aulas les decían: “Niñas, el duende siempre se presenta a quienes no entran a clase y no hacen los deberes”.