Las historias de encuentros con fantasmas vienen desde la época de la colonia y su diversidad es grande. Se cuenta que eran espectros sin pies ni cabeza y se aparecían a la gente de forma diversa. Por ejemplo, a los borrachos se les presentaba, cuando salían de las cantinas de Otavalo y se dirigían a sus casas. La aparición revoloteaba a su alrededor y caminaba junto a ellos hasta que los beodos, del puro susto, se desplomaban en el suelo.
Otros fantasmas se aparecían a los enfermos que padecían una grave dolencia o habían sufrido un aparatoso accidente y se encontraban en sus casas o en un centro de salud. La aparición era un mal presagio y significaba una muerte segura para el infortunado. Los familiares rezaban para que no se apareciera ningún espectro.
Otras veces, los fantasmas se asomaban ya avanzada la noche a los autos y buses que transitaban por la Panamericana Norte. De lejos, un fantasma parecía ser una persona que pedía al chofer que se detuviera, pero cuando paraba el vehículo, una forma inmaterial cadavérica subía al transporte.
Otras apariciones se presentaban en el cementerio de la ciudad, a partir de las 6 de la tarde, que era la hora pesada. Allí, los fantasmas tomaban la forma de muertos amortajados que reposaban al lado de las tumbas. Cuando las personas se acercaban a ver los bultos, los fantasmas se elevaban y se iban a posar en otros sepulcros. La gente, presa del pánico, salía gritando del lugar.
Informante