Hace muchos años atrás, en el “Valle del Amanecer”, ocurrió una historia que aún recuerdan los habitantes de Otavalo. En una de las cantinas del pueblo, un hombre, conocido por su afición al licor, había pasado todo el día bebiendo. Al anochecer recién se percató de que debía volver a su casa ubicada en San José de Quichinche, un pueblo distante de la ciudad de Otavalo. Allí, su esposa e hijos le esperaban con ansias, pero como él había gastado todo su dinero en la bebida, ya no tenía con qué pagar un transporte para que lo llevara a su casa. No le quedó más remedio que caminar. Cansado, en medio del camino se dijo a sí mismo:” Así como estoy, llegaré mañana a Quichinche.
En ese momento divisó a una pequeña y curiosa lagartija que se le subía por el pantalón. Al hombre siempre le habían gustado estos animales, así que decidió tomarla en sus manos. Pero el instante en que sus dedos rozaron la piel escamosa del reptil, un frío helado le recorrió el cuerpo. La criatura, ante sus ojos, comenzó a crecer a pasos agigantados. Se hizo tan grande que su peso era tal que cayó con ella al suelo. Ahora sus garras le apretaban la garganta, impidiéndole respirar y sus dientes empezaban a clavarse en su carne.
Desesperado y sin poder moverse, el hombre invocó a la Virgen de Monserrat, suplicándole entre lágrimas que le salvara la vida. Prometiéndole que, si le liberaba de ese ser infernal, él jamás volvería a beber.
Asombrosamente, su plegaria fue escuchada. La lagartija comenzó a encogerse hasta recuperar su tamaño normal y, en un abrir y cerrar de ojos, se deslizó por el suelo de tierra y desapareció entre las sombras. El hombre, tembloroso y aún incrédulo por lo ocurrido, se levantó y continuó su camino, agradeciéndole a la Virgen por su intercesión divina.
El hombre mantuvo su promesa y nunca más volvió a beber.