Por: Álvaro San Félix
La fascinación que ejercen en los hombres lagos, lagunas, quebradas y corrientes de agua es constante en todas las culturas; en Imbabura las lagunas tienen numerosas leyendas. En tiempos inmemoriales vivió en la Laguna de Cunrro un gigante orgulloso que consideraba que todas las lagunas de la provincia eran charcos, sin suficiente profundidad para bañarse en ella…
Cada laguna tiene leyendas y mágica poesía y superstición. Los indios de La Compañía y Camuendo creen que la laguna de San Pablo está habitada por una divinidad perversa llamada Auca-cocha, la misma que cuando tiene hambre se enfurece y sólo se calma cuando ahoga en sus aguas a un cristiano. Entonces brama como buey herido y le contesta un perro brujo que vive en Camuendo cuidando celosamente la laguna; su aullido es lastimero cuando presiente que alguien morirá ahogado. Las olas espumosas son telegramas que el Auca-cocha envía al Cotopaxi “pidiéndole permiso para comerse a uno”; el Taita Imbabura al enterarse de lo que sucederá se pone pálido de la pena y por tres día se cubre de blanca nieve.
Tratando de conjurar el inminente peligro los alcaldes de las parcialidades vecinas van de casa en casa advirtiendo que nadie se bañe, recoja agua o totoras; sin embargo cuando alguien se ahoga saben que si no ha muerto en pecado reflotará enseguida, ya que los pecadores se quedan en el fondo hasta siete días según la cantidad de sus culpas.
Existe la creencia de que el diablo permanece acostado de espaldas en el fondo de la laguna con la cabeza hacia Camuendo y los pies dirigidos a Reyloma, pudiendo caminarse sobre él sin que se moleste, de esa manera se atravesaría la laguna con el agua hasta la cintura.
Cuando alguien se ahoga frente a la comunidad de Camuendo y el cadáver no reflota llaman a un brujo (Yachay), quien aconseja hacer una cruz grande de palo, adornada de flores, amarrando a ella un cuy y unos huevos. La cruz debe clavarse donde se ahogó la persona pero deben hacerlo hombres valientes, porque es posible que alcancen a ver el infierno. Mientras los audaces vecinos clavan la cruz en el agua, un rezador debe rezar oraciones de la iglesia católica, para conjurar al maligno que no desea soltar al ahogado.
Los caminantes que antes transitaban con rumbo a Quito aseguraban haber oído en la madrugada paramera el tañido de una campana de oro sumergida en la Laguna de Mojanda, campana que fue arrojada al aguas por los Remaches después de robarla en una iglesia de Ipiales. Si una campana permanece hundida en las frías aguas del Mojanda, en cambio en las de San Pablo, un animal que es perro y tigre a la vez se esconde bajo el agua, donde los indios cortan hierba para su ganado…
Monografía de Otavalo, Volumen II, Instituto Otavaleño de Antropología, 1988.