Dorys Rueda

 

Las leyendas son parte de la tradición oral de un pueblo y están relacionadas con la cultura popular de los pueblos: su entorno, su religiosidad, su identidad.  Son relatos que han pasado de generación en generación, cuyos protagonistas son héroes, criaturas extrañas, animales, cosas inanimadas, ánimas o engendros del mal. Los duendes quizás son los más conocidos.

Son personajes que aparecen en distintos lugares de América del Sur. Algunos son espíritus traviesos y pícaros, pero buenos e incapaces de hacer daño. Pero otros adoptan figuras desagradables, son perversos y disfrutan haciendo maldades. Prefieren a las mujeres y a los niños, a quienes martirizan a través de pesadillas y enfermedades.

En Colombia, por ejemplo, los duendes eran diminutos hombrecitos que se encargaban de atormentar a las personas de cualquier edad, especialmente a las muchachas que tenían novio. En algunos casos, sus picardías no pasaban de cambiar y esconder las cosas. Otras veces, en cambio, eran malvados cuando se prendaban de una persona o de una familia entera, entonces iban todas las noches a tirarles piedras.

En Costa Rica, los duendes también eran pequeños, medían medio metro de altura, usaban boina grande y vestían trajes de colores. Andaban por los potreros, cafetales y caminos solitarios. Molestaban a las personas de manera persistente. Eran traviesos y perseguían a los niños de corta edad, a los que engañaban para llevarlos con ellos.

En Guatemala, los duendes eran seres pequeñitos, que habitaban en cuevas ubicadas en los barrancos, donde escondían a los niños para hacerles comer excremento de caballo hasta enloquecerlos. Caminaban con los pies volteados y emitían un chillido horrible. Fastidiaban a los campesinos, hasta hacerles emigrar hacia las ciudades.  También eran traviesos, cambiaban de lugar las cosas o las escondían. En las noches, se dedicaban a tirar piedras a los techos de las casas.

En Ecuador, en la ciudad de Otavalo, los duendes eran domésticos, vivían en las quebradas, cerca de las zonas habitadas por los otavaleños. Eran pequeñitos de estatura, tenían cuerpo abultado y vestían poncho, calzón y alpargatas. Llevaban un ancho sombrero de paja, a manera de sombrilla. Así es cómo los veían las personas que pasaban por las quebradas, después de las seis de la tarde. Hora en la que decidían hacerse visibles a la gente.

No les gustaba pasar desapercibidos.  Cuando una familia les atraía, se instalaban en su casa para hacer travesuras, esconder objetos o cambiar de lugar las cosas. Disfrutaban grandemente de sus fechorías y si estaban a gusto en ese hogar, se quedaban por siempre. Si las familias se cambiaban de ciudad, los duendes también se mudaban. Las personas que querían deshacerse de estos seres tenían que librarse de su centro de atención, de aquello que les cautivaba, fuera un objeto, un adorno o un alimento de la casa.

No tenían aficiones amorosas, pero les llamaba la atención las niñas de cabello largo y negro, de ojos saltones, a las que raptaban y llevaban a su escondite. También, les gustaba ir a las casas donde vivían niños que no habían sido bautizados.

Se aparecían a plena luz del día, cuando alguien ofendía la moral pública. Se mostraban, entonces, muy enojados y empezaban a tirar piedras a los enamorados que iban a las quebradas a retozar.  No, para causarles daño, sino para asustarles y obligarles a cambiar su comportamiento. Sin duda, se dice, eran los mejores policías municipales de aquellos tiempos.

Las madres, por lo general, mencionaban al duende cuando los niños se negaban obedecer. Se les escuchaba decir:  "Si no haces esto o aquello, vendrá el duende y seguro, te llevará con él".

 

 Artículo publicado por la revista Mundo Visión Magazine.

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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