Dorys Rueda

 

El mito de las sirenas viene de las civilizaciones babilónicas y sirias, de donde pasó a la mitología grecolatina.  Se dicen que eran tres divinidades marinas que poseían tronco de mujer y el resto del cuerpo de ave. Tenían una voz tan maravillosa que se atrevieron a competir con las musas que las destronaron y les arrancaron sus plumas. Avergonzadas se retiraron a las costas de Sicilia donde, con su canto prodigioso e hipnótico, embrujaban a los marineros que perdían el control del barco y se estrellaban contra las rocas.

A pesar de la iconografía primitiva, en que las sirenas aparecían como mujeres-ave y su vínculo era divino, con el tiempo se popularizan en las distintas leyendas de las diferentes culturas como mujeres-pez, relacionadas con el mal.

El primer testimonio escrito nos viene de “La Odisea”, de Homero. El héroe, después de pasar una larga temporada en el palacio de la diosa Circe, emprende el regreso a Ítaca. La divinidad le cuenta que la primera aventura que tendrá será justamente con las sirenas. Le advierte que, si desea escuchar complacido la música de estos seres, haga que sus hombres se tapen los oídos y luego le amarren de pies y manos al mástil del barco. Odiseo sigue las órdenes de Circe y solo así puede escuchar el canto mágico y maravilloso de estos seres marinos, sin que la tripulación perezca. Las sirenas despechadas por su fracaso golpean sus cabezas contra las piedras y luego se precipitan al mar y mueren ahogadas.

Estos seres acuáticos llegan a América con las características universales de las sirenas: su canto, su apariencia y su relación con la muerte, pero se insertan en cada lugar con tintes propios, como sucede en Veracruz, México, donde una sirena está vinculada con el sentido religioso de la zona. La leyenda cuenta que una joven que vivió durante los primeros años del siglo XX, en un pequeño pueblo llamado Rancho Nuevo, cerca de la laguna de Tamiahua, se convirtió en una sirena, al desobedecer a su madre quien le había prohibido bañarse en Jueves Santo.  Ya transformada, cuando un pescador llegaba a toparse con ella, volteaba su lancha y embravecía las aguas para ahogarlo.

Asimismo, en Panamá, la figura de la sirena está vinculada con la muerte y el mal.  La leyenda “La sirena del río Risacua”, en la provincia de Chiriquí, cuenta la historia de una mujer de cabellos rubios que vive en el río.  Los hombres, al escuchar su canto, sienten un impulso sobrenatural de meterse al agua y bajar hasta el fondo de la corriente para encontrarse con ella. Quienes lo hacen, mueren, y su cadáver aparece a los pocos días flotando en el agua.

La figura de la sirena, vinculada con la muerte y el mal, de igual manera, aparece en las leyendas recogidas en el Ecuador. Se cuenta que las mujeres que habitan en el Cerro Brujo, en Galápagos, son sirenas que encantan a los pescadores. Pero quienes las ven, desaparecen en el mar.  Se sabe, además, que “La sirena de la Fuente de Punyaro”, en la ciudad de Otavalo, provincia de Imbabura, sale a medianoche a capturar y matar a los hombres que deambulan por la Fuente.  Pero la leyenda ecuatoriana más famosa de las sirenas es “La sirena del Lago San Pablo”, de la provincia de Imbabura. Cada noche, a las doce en punto, justo en la parte donde se alza el monte Imbabura, a los pies del lago, nace el canto de una mujer joven. Un canto tan hermoso que misteriosamente se expande y, en pocos segundos, se escucha en cualquier parte de la laguna. Una melodía que enciende y exacerba el deseo y la pasión, en cualquier varón que se aproxima al lago. El hombre, joven o viejo, que cede a su ímpetu y pierde el control por el canto mágico, va en busca de la mujer que lo entona.  Se encuentra con una maravillosa joven que está sentada en un tronco, con los pies hundidos en el agua. Su torso está desnudo. Ella lo llama, extendiéndole los brazos. El hombre no se percata de que la joven es mitad pez y mitad mujer, ni siquiera cuando se acerca a ella y se sienta a su lado. La sirena, entonces, le invita al hombre a bañarse, toma sus manos y en ese momento lo jala y le hunde en las aguas. Sobreviene un remolino y traga al hombre en un santiamén. La sirena no le suelta hasta llegar al fondo del lago. Allí, muerto, lo deposita como un trofeo más de la noche.

Hay leyendas, aunque pocas, de sirenas que se vinculan con el bien, gracias a la influencia de la literatura juvenil e infantil y al cine americano, con las películas de “Splash” y “La Sirenita”, de Walt Disney.  Una versión de “La sirena del lago Titicaca”, conocida en Perú y Bolivia, cuenta cómo una sirena se conmueve ante una pareja que no puede tener un hijo y demuestra su bondad al entregarles a su propio vástago.  Pasan algunos años y es esta misma familia la causante de su muerte. Cuando la sirena muere, el niño se transforma en un Tritón. Antes de alejarse de todos, les lanza una maldición: “El pueblo flotante que había dañado a su madre, la sirena, jamás encontrará un lugar estable donde vivir”.

Otra versión de la sirena relacionada con el bien es “La sirenita de la Fuente de Punyaro”, en la ciudad de Otavalo, provincia de Imbabura. Una sirenita joven y hermosa se enamora de un muchacho otavaleño con el que habla todas las noches. Los dos disfrutan de su amor y de su compañía, al punto que él nunca se casó y murió de viejo. Desde ese momento, el canto de la sirenita se convirtió en sollozos y lamentos.

En conclusión, las narraciones sobre las sirenas son fruto de préstamos e  influencias culturales de diversa clase. Por eso, aparecen en distintas culturas con características comunes y se han convertido en personajes universales, muy populares en la actualidad.

 

 

Artículo publicado por la revista Mundo Visión Magazine.

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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