Dorys Rueda

 

Hace mucho, mucho tiempo, en la encantadora ciudad de Otavalo, vivían dos niños llamados Iván y Gonzalo. Cada tarde, después de la escuela, les gustaba ir al puente El Tejar antes de regresar a su hogar en el pintoresco barrio de "La Joya", donde vivían con sus amorosos padres.

Una tarde, mientras caminaban hacia el puente, Iván recordó una historia espeluznante que su abuelito, don Ángel María Rueda Encalada, les había contado la semana pasada.

—Gonzalo, ¿recuerdas la leyenda de la bruja que nos contó el abuelito? —preguntó Iván con emoción.

—No, Iván —respondió Gonzalo—. Estaba tan cansado que me quedé dormido justo después de la cena.

Iván sonrió y, con un tono misterioso, comenzó a relatar la historia:

—Hace más de cien años, el río El Tejar era un lugar temido por todos. Sus aguas rugían como un león furioso y su sonido se escuchaba a kilómetros. La gente decía que quien cayera en sus aguas turbulentas nunca saldría con vida. En las noches, el río se volvía aún más siniestro, con susurros y gritos que ponían los pelos de punta.

Los ojos de Gonzalo se abrieron de par en par, llenos de curiosidad y un poco de miedo.

—Pero lo más aterrador —continuó Iván— era la bruja que aparecía en el puente a la medianoche. Era una mujer de increíble belleza, con un cabello tan negro como la noche y ojos brillantes que hipnotizaban a cualquiera que los mirara. Vestía un largo vestido negro que parecía flotar en el aire, y su risa resonaba por todo Otavalo, llenando a todos de terror.

Gonzalo, asustado, miró hacia el río, temiendo que la bruja pudiera aparecer en cualquier momento. Sintiendo un escalofrío, se aferró con fuerza a las barandas del puente.

Iván continuó con entusiasmo: 

—La bruja se aparecía especialmente a los hombres borrachos y a los hombres bandidos que cruzaban el puente de noche. Cuando un borracho tambaleante cruzaba el puente, la bruja se le aparecía de repente, envuelta en llamas que brillaban con una luz rojiza. Los hombres, al verla, salían corriendo aterrorizados, pero algunos tropezaban y caían al río, donde la risa de la bruja resonaba en la oscuridad, señal de que esos hombres habían encontrado su fin.

Gonzalo, con los ojos bien abiertos, preguntó:

—¿Crees que es verdad lo que nos contó el abuelito?

—No lo sé, pero mejor no averiguarlo —respondió Iván, sintiendo también un poco de miedo—. Vámonos antes de que se haga tarde.

Los dos hermanos cruzaron rápidamente el puente y se encaminaron hacia su casa en "La Joya". Al llegar, encontraron a sus abuelitos sentados en el patio, disfrutando de una taza de café.

—¿Por qué llegan tarde, muchachos? —preguntó don Ángel María, con una sonrisa.

—Nos quedamos un rato en el puente, recordando la leyenda de la bruja —dijo Iván.

El abuelito sonrió y les dijo:

—Ah, esa bruja malvada. Quizás solo sea una historia, pero mejor es no averiguarlo. Están a salvo ahora. Lávense las manos para almorzar.

Esa noche, mientras se acostaban, Iván le dijo a Gonzalo:

—No importa si la bruja es real o no. Siempre estaremos seguros mientras estemos juntos.

Gonzalo asintió y ambos se quedaron dormidos, seguros de que, mientras estuvieran juntos, nada les podría hacer daño.

Y así, el río El Tejar siguió su curso bajo la luna llena, mientras los dos hermanos descansaban tranquilos, sabiendo que la verdadera magia estaba en los lazos familiares que los unían y los hacían fuertes ante cualquier miedo.

 

 

Artículo publicado por la revista Mundo Visión Magazine.

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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