Por: Franklin Barriga López
En el apacible lenguaje de los indios, Surumbela era la expresión del ave en las cosechas, flameando la ternura del agua que besa en las riberas lo amargo de la hierba. Era buena.
Cuadro pintado por artista inigualado es el ocaso. Recuerdo a Surumbela, la muchacha que por su belleza hizo la leyenda. El hombre que edifica sonrisas, que entrega su corazón a mano llena, debe saber quién era Surumbela. La sombra va invadiéndome. Una luz me lleva a encender la luz de esta leyenda:
En el silencioso escenario de la existencia, el campo que mira al Cotopaxi, como a hermano mayor que habrá de contarle su experiencia. El Cotopaxi y el Campo son dos hermanos; ambos eran altos y nevados, bajo ellos sólo había niebla. El uno no era campo, el otro siguió siendo nevado. Vino el Inti a darles funciones para el hombre brotado del barro; el uno siguió siendo nevado, para que el hombre reverencie en la sencillez de lo elevado, lo que valen los seres altos; el otro, se tendió e hizo campo, para que el hombre juzgue el valor del trabajo.
Subió el Inti, luego de tres noches que su esposa Quilla le reemplazó. Quilla dialogó con esas constelaciones de color verde pálido, en la parda lejanía del firmamento donde vaga el polvo de las estrellas y se empieza a hurgar el secreto de los astros.
El Inti –padre secular de lluvias y de mañanas abrigadas- se encontraba contemplando, bajo el crepúsculo azul y rosáceo, la relación de los hombres y, de ellos, su legado de amor y de trabajo. Todo era normalidad, monotonía sin cansancio y repleta de felicidad. No se conocía la imagen de la muerte.
Pasaron los años.
Los hombres crearon las armas; una batalla empezó a incinerar la esperanza.
Bajaron los dos dioses con el fin de mejor iluminar la Tierra. Crearon a Surumbela, la muchacha que por su belleza hizo la leyenda para que guíe a los humanos en su trabajo diario. Y… se regresaron.
En eso… a ella los humanos la mataron; los humanos habían hecho pacto con el rayo.
Surumbela era buena y bella; sin hacer nada, fue muerta. Por eso de su rastro brotó la tristeza y esta leyenda.
Leyendas y Tradiciones de Cotopaxi
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