Hace muchos años atrás, un cuartel de caballería estuvo acantonado en San Gabriel por algún tiempo. Los vecinos del barrio se habían habituado a sus actividades, especialmente aquellas que tenían relación con su salida a los entrenamientos. Una hora que coincidía con el ingreso de los escolares a sus respectivos planteles.
El mencionado cuartel ocupaba una casa, en lo que hoy es el edificio de la escuela “José Reyes”. La dama que me narró esta historia precisamente habitaba frente a ese lugar y vivió la experiencia que les contaré, en tiempos en que el cuartel ya había abandonado la ciudad.
La señora, por situaciones personales, debía viajar a la ciudad de Ibarra y para ello, había comprado un boleto a las 4 de la mañana en el Montúfar, único bus que realizaba este turno y que salía de su agencia, ubicada en el parque principal, a donde debían trasladarse los pasajeros para dicho viaje.
Para no atrasarse, tuvo la precaución de poner el despertador a las 3 de la mañana y se durmió temprano. Mas el ruido de un tropel de caballos le despertó pronto. Asustada pensó: “Me he dormido, ya salen los soldados en sus caballos”.
De un salto se puso en pie, pero como el ruido era cada vez más fuerte, se dirigió a la puerta de calle y la abrió. No se veía nada, pero se escuchaba más fuerte el tropel. Sacó la cabeza y miró hacia la esquina, lugar de la escandalosa cabalgata. Entonces divisó la figura de un solo jinete, pero era extraño pues seguía oyéndose el sonido de todo un tropel. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Cerró la puerta y regresó en carrera a su dormitorio para meterse en la cama junto a sus hijos. Miró el reloj, marcaba las doce de la noche. En ese preciso instante, recordó que el cuartel ya no estaba en la ciudad. Temblando, se persignó y empezó a rezar.
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